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Vidas ejemplares

El chiste de la República de Galicia

Solo el nacionalismo gallego podía utilizar como reclamo a Junqueras, detestado en Galicia

Luis Ventoso

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El ‘modus operandi’ del nacionalismo consiste en inventarse un pueblo quimérico, y todo vecino que no se pliega a ese canon pasa a ser un renegado. En Galicia, el partido nacionalista -ahora ya separatista- es el BNG, de cuaternaria ideología comunista y alérgico al progreso. ... No han ganado unas autonómicas jamás, ni de lejos, pero se permiten la intolerancia de decretar quién es buen y mal gallego. Cada vez que llegan unas elecciones, ¡sorpresa!: al pueblo de carne y hueso le da libremente por votar al PP, y no a ellos. Pero esos gallegos que hace un año otorgaron a Feijóo el 47% de los votos son solo cipayos, vasallos colonizados por Madrid que no aciertan a comprometerse con la ‘matria’ gallega. Como todo nacionalismo, su lectura de la historia es hiperbólica y ombliguista, ensalzando hasta la saturación lo local y obviando que no se puede entender Galicia sin imbricarla en la gran empresa secular española. En lugar de destacar a las grandes figuras gallegas que marcaron la vida cultural y política de España, que son varias y de importancia; se prefiere la mitología y canonizar a pequeñas glorias locales. El altar sagrado es curioso: el origen celta (descartado por los historiadores serios), Breogán (que no existió), el obispo y hereje gallego Prisciliano (que vivió en el siglo IV, fue prelado de Ávila y cuyo origen es dudoso), el arzobispo Gelmírez (perdido en la nebulosa del siglo XII), Castelao (un soberbio dibujante y un político menor de la II República) y Rosalía de Castro, que sí tiene méritos literarios. En lugar de celebrar a Valle-Inclán, escritor universal y prodigioso, se dedica el día festivo de las Letras Gallegas a poetisas ignotas de exigua lírica de instituto. En lugar de reconocer y apoyar a Amancio Ortega, el mayor genio empresarial que ha dado Galicia, lo tratan de sospechoso mientras viven instalados en una utópica añoranza de una economía basada en la aldea, que jamás volverá (por suerte). En lugar de asumir que Galicia disfruta, merced a formar parte de España, de una sanidad pública infinitamente mejor que la del norte de Portugal y de mayores oportunidades económicas, se consagran a un lamento victimista antiespañol y a la admiración papanatas por el rezagado vecino luso.

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