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pincho de tortilla y caña

Elegido para la gloria

Cualquier persona en sus cabales que se viera obligado a competir en las circunstancias físicas de Rafa hace tiempo que hubiera tirado la cuchara

Luis Herrero

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La querencia del hombre por la eternidad no necesita ser demostrada. Nadie quiere morirse. Pero como es inevitable y no todos creen en la promesa del Paraíso, algunos se esfuerzan por granjearse en la tierra una reputación que les sobreviva para siempre. Suele ser un ... esfuerzo inútil. Lo cierto es que nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto. La mayoría de los que logran zafarse de esa regla solo consiguen alargar su recuerdo durante un periodo de tiempo insignificante. El premio gordo de ser inmortal, de perdurar en la memoria de cualquier generación que nos sobreviva, está al alcance de muy pocos. Nadal es uno de ellos. Mientras el tenis no desaparezca de la faz de la tierra, su legado formará parte de las grandísimas leyendas. Estoy seguro de que a él nunca le ha movido esa ambición. Su apego al presente nunca le ha permitido el capricho de pararse a otear el futuro. Ha llegado al otro lado de la eternidad paso a paso. A partir de ahora, lo que consiga de más solo añadirá un poco de gloria accidental a su corona. No creo que varíe mucho el énfasis que pongan los próximos juglares en mantener vivo su recuerdo dentro de cien años, o de quinientos, si al final se planta en 15 Roland Garros o en 23 Gran Slams. El Nadal de ahora, el del último presente de los muchos presentes consecutivos que le han traído hasta aquí, ya tiene reservado en el Olimpo el lugar que en justicia le corresponde. Y es tan deslumbrante que un poco más de lustre no marcará grandes diferencias.

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