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Ad Libitum: Ser tonto es peor que ser malo

De no ser por la «guerra terrorista», como ABC ha bautizado al conjunto de acontecimientos en curso y siguientes al ataque brutal que padecieron Nueva York y Washington, los periódicos "y los telediarios, y los informativos de la radio" se quedarían en nada. En lo que respecta a la información nacional todo se circunscribe a dos grandes asuntos: la lucha contra ETA y Gescartera. Mal asunto. Si nuestra alternativa local a un gran conflicto mundial se circunscribe a dos conflictos caseros "crónico el uno y emergente el otro" es que aquí hemos perdido ya hasta el oremus. ¿No damos para más?

Seguí ayer por la radio la comparecencia, ante la correspondiente comisión del Congreso, de Enrique Giménez-Reyna y, lo confieso, se me cayeron los palos del sombrajo desde el que, perseverante, asisto a la evolución de la política española. Lo más grave entre todo lo que nos pasa tiene su síntoma en el hecho de que un personaje de ese corte y condición haya sido, sucesivamente, director general de Tributos y secretario de Estado de Hacienda. Aunque se tratara de alguien más limpio y puro que Juan Luis Gonzaga, ¿cómo pudo estar un hombre de esas hechuras en cargos de tanta responsabilidad y alcance? Aun descontándole el impuesto de adversidad que supone una comparecencia de esa naturaleza, Giménez-Reyna se presentó como un tipo ramplón, débil, escaso de criterios, balbuciente y torpe. Si la máquina del Estado "tan gigantesca, tan costosa" puede funcionar con un personaje de esa dimensión al cargo del cajón del pan es que: a) estábamos todos engañados y gobernar es mucho más sencillo que gestionar una panadería de barrio, b) Rodrigo Rato no está atento a las normas vigentes de seguridad y circulación y no les exige casco a sus recaderos motorizados, c) esto es una broma sin más enjundia que la electoral, d) los grandes cuerpos de la Administración ya no son fruto de una selectiva y difícil oposición, sino la consecuencia de un «cuponazo» o algún sorteo parecido o e) el talento ha sido definitivamente proscrito en la vida española.

Cuando la democracia degenera en partitocracia y, en consecuencia, lo que no es endogámico es fruto de la adhesión inquebrantable, se alcanzan estos niveles. Ignoro cuál ha sido el papel, si ha tenido alguno, de este Giménez-Reyna en el escamoteo de los millones de Gescartera; pero pensar que han estado a su cargo los billones del Estado me produce escalofríos. La responsabilidad de Aznar, Rato o Montoro no radica en que un alto cargo les salga desahogado y falto de escrúpulos morales. Eso puede pasarle a cualquiera que tenga que escoger un equipo de trabajo. Lo verdaderamente grave es que, en la selección del personal político, se prescinda de cualquier pretensión de excelencia y se recurra, ellos sabrán por qué, a lo que Baura define como «el tonto moldeable». Varios miembros del Gobierno actual se han hecho bocas de Giménez-Reyna. «El primer experto en financiación autonómica». Si juzgamos por su presencia en el Congreso, podemos concluir que se trata de un pobre hombre. ¿Le sobrecogieron el ambiente y la trascendencia del acto? En ese caso, peor todavía. El Estado necesita servidores más sólidos.

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