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Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín

«La Historia no me quiere»

Giscard no logró rematar la que podría haber sido su misión histórica: la liberalización de un Estado tan poderoso, omnipresente e intervencionista como el francés

Valéry Giscard d'Estaing REUTERS

Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín

Dos presidentes de los Estados Unidos han alcanzado este honor: que baste invocar sus iniciales para que se sepa de quién se está hablando. Son Franklin Delano Roosevelt (FDR) y John Fitzgerald Kennedy (JFK). En Francia hay sólo uno, Valéry Giscard d’Estaing , VGE, que murió este miércoles 2 de diciembre. Ciertamente, se trata de un personaje notabilísimo, aunque su trayectoria política deja quizá la melancolía de lo que pudo ser y no fue. Cuando Giscard fue elegido presidente de la República en 1974, su rival, François Mitterrand , derrotado por segunda vez en una elección presidencial, dijo con tristeza: «La Historia no me quiere». Y, sin embargo, acabó resultando que la Historia quería más a Mitterrand, que años después fue un gran presidente que durante un largo mandato consiguió convertir al partido socialista francés en un partido de gobierno, algo que, bajo la V República, había parecido casi imposible.

Giscard, en cambio, no logró rematar la que podría haber sido su misión histórica: la liberalización de un Estado tan poderoso, omnipresente e intervencionista como el francés. En realidad, VGE llegó demasiado pronto. Cuando aquel joven y talentoso presidente subió las escaleras del palacio del Elíseo en mayo de 1974, la gran marea neoliberal, o neoconservadora, si preferimos la expresión norteamericana, todavía no había comenzado. Fuera de los países de habla inglesa, muy pocos habían oído hablar de una ex ministra de educación llamada Margaret Thatcher ni de un gobernador de California que entonces terminaba su segundo mandato, de nombre Ronald Reagan . El contexto internacional no era, pues, favorable, y, lo que es peor, la situación política francesa tampoco ayudaba. En el parlamento, el pequeño partido centrista de Giscard necesitaba el apoyo del todavía muy fuerte partido gaullista, liderado entonces por un igualmente joven y ambicioso Jacques Chirac , quien, tras haber sido primer ministro de Giscard, se convirtió en su enemigo irreductible. Así las cosas, con el lastre de la crisis económica que había empezado en 1973 y se prolongó durante toda la década, VGE llegó sin aliento a la elección presidencial de 1981, que para Mitterrand fue su gran cita con la Historia.

Adolfo Suárez, con Valéry Giscard y Leopoldo Calvo-Sotelo en La Moncloa en 1978 ABC

Y, sin embargo, cómo no admirar la valía y la brillantez del personaje que acaba de desaparecer. Nadie como él para encarnar aquello que escribió Rivarol: «Lo que no está claro, no es francés». Recuerdo una vez en que, al oír una intervención televisiva de Giscard, mi padre, que luego tuvo sus dificultades con él al negociar nuestra adhesión a la Comunidad Europea, comentó: «Parece que está exponiendo un teorema de geometría». Era el mejor elogio que mi padre podía hacer. El proyecto liberal de Giscard lo continuó cuarenta años después un presidente todavía más joven, Emmanuel Macron , que llegó al poder en una coyuntura internacional más propicia, y sobre todo, con el socialismo francés y el gaullismo en pleno declive. Ello le permitió lanzar su propio partido y obtener esa base parlamentaria que le faltó a Giscard. Cuando se escriben estas líneas, está previsto que Macron se dirija a los franceses con motivo de la muerte de su antecesor. Estoy seguro de que hablará con la altura con la que Francia sabe homenajear a sus grandes hombres y de que reconocerá la gran trayectoria europeísta y liberal de Giscard, preludio indispensable de la del propio Macron.

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