Todas las historias familiares son políticas
El encuentro entre Juan Carlos I y el Rey Felipe VI demuestra que no hay nada más político que los lazos de sangre
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Iniciar sesiónLas novelas familiares son políticas. Todas, sin excepción. Acoplan en sus argumentos el enfrentamiento de dos mundos: uno que desaparece y otro que permanece, o está obligado a permanecer. No hay nada más político que los lazos de sangre. Existe una relación directa entre lo ... genealógico y lo crepuscular, como si en las familias anidara el germen de la sociedad y el tiempo al que pertenecen: cambian o caducan, acaso refutan los cimientos originales.
Lo que ocurre al joven capitán Trotta de Joseph Roth con su abuelo, el héroe de Solferino, desarrolla el drama de heredar una gesta. Todo legado es problemático, incluso si es heroico. Estar a la altura de ese pedestal es tan complejo como mantenerlo en pie o evitar que se lo trague la maleza o lo engulla el ocaso de sus propios héroes. El encuentro entre Juan Carlos I y su hijo el Rey Felipe VI producido esta semana está tocado por ese conflicto. «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera», escribió Tolstoi en su ‘Ana Karenina’.
Como a ‘Los Malavoglia’, de Giovanni Verga, ‘Las grandes familias’, de Maurice Druon, los Compson de ‘El ruido y la furia’ o ‘La saga de los Forsyte’, las relaciones entre generaciones se despliegan como atávica genealogía del poder, incluso una idea sacrificial de lo familiar. Juan Carlos I y Felipe VI han escenificado lo que ocurre en las sociedades cuando se transforman: la oposición de un mundo que ya no podría existir -por sus formas extemporáneas, antes aceptadas y ahora censuradas, o simplemente relevadas- que acaba oponiéndose a otra concepción modernizadora. Lo que es el agravio para unos, termina siéndolo para los otros. Y ya se sabe, por Ignacio Martínez de Pisón, que en las familias los agravios no prescriben.
Las novelas de Galsworthy, Faulkner, Mann o Tolstoi no plantean que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí dejan claro que el progreso económico no mitiga la desazón, el desamor ni la muerte de los seres humanos. En las novelas familiares algo siempre se pierde, es arrasado, quemado o dilapidado. La historia avanza hacia adelante y la de sus miembros hacia atrás. La narración la ejerce quien resiste y hereda. Es la tensión del relevo lo que añade drama a la antigua paradoja de la familia.
Heredar es enmendar, aceptar o acaso rechazar lo legado. Todas las familias y las novelas que se ocupan de sus árboles florecientes están enfermas desde la primera hoja, porque atienden al desenlace del paso del tiempo. Reinar en la España de hace cuarenta años y con los desafíos de hace 40 años -la construcción de un Estado democrático-, dista mucho de hacerlo cuando el edificio nacional acusa el paso del tiempo y las embestidas de quienes procuran modificar el orden político valiéndose de sus aciertos, pero también de sus estrepitosos errores. Sin duda, todas las historias familiares, son historias políticas.
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