La barbitúrica de la semana
El síndrome Agustín Gómez Arcos
En la literatura del siglo XX los perdedores y los verdugos salen debajo de cada piedra. Por eso alguien siempre los blande o los esconde según convenga
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Iniciar sesiónEl relato es simple, tanto como apetece cuando de tomar posiciones se trata. Que la vida se parece a las novelas se empieza a comprender más tarde (con perdón de Gil de Biedma), por eso hay quienes creen que en asuntos de memoria conviene llevarse ... la vida por delante. Hace unos meses, el sello Cabaret Voltaire recuperó ‘Ana no’, el libro más conocido y premiado de Agustín Gómez Arcos, escritor español traducido a más de 16 lenguas, incluida la suya. Esta, como buena parte de su obra, la escribió en francés durante su exilio en París.
‘Ana no’ forma junto con ‘El cordero carnívoro’ y ‘María República’ su trilogía de la posguerra. En ella narra la historia de una mujer que se marcha de su pueblo para visitar a su hijo encarcelado en el País Vasco. El viaje parecería un argumento sencillo, incluso simple, de no ser porque Ana Paucha, que se llama a sí misma Ana no, decide hacerlo a pie, guiándose tan solo por las vías del tren. ¿Qué hay de cierto en la vida de una persona que cruza andando la península para visitar al único hijo vivo que le queda tras la guerra civil? En la dedicatoria de la novela, Gómez Arcos explica que se trata de una historia real; la escuchó de boca de su madre.
Nacido en Enix, Almería, Agustín Gómez Arcos fue el más joven de una familia de siete hermanos. Su padre fue el alcalde republicano del pueblo y justo por represaliado tras el fin de la guerra. Gómez Arcos comenzó a estudiar Derecho en Barcelona -hay quienes escogen la ley, incluso aunque no esperen nada de ella-, pero abandonó al tercer año y se mudó a Madrid para dedicarse al teatro, la traducción y la literatura. A causa de la censura de la dictadura franquista, decidió marcharse a París y hacer su vida y su obra en un idioma que no era el suyo.
La muerte de Almudena Grandes agitó el humor oscuro que guardan los libros cuando acometen el propósito de lo duradero. Que Almudena Grandes fue para algunos la voz de los vencidos es tan cierto como la apropiación implícita de esa derrota. En la literatura del siglo XX los perdedores y los verdugos salen debajo de cada piedra. Por eso hay alguien que los blande o los esconde según convenga.
La tercera España de Chaves Nogales en su prólogo de ‘A sangre y fuego’ es la prueba de que se puede renunciar a una obcecación y su contraria, pero también la confirmación de que un manto de silencio cubre a quienes lo intentan. Algo de eso hay en el hallazgo de Agustín Gómez Arcos, una voz abriéndose paso a puñetazos en el olvido ajeno. Un autor que renunció a la sobreactuación de lo propio, pero no a ser testigo y parte de la memoria del país del que se marchó.
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