El ángulo oscuro
Cartas del sobrino a su diablo (XXI)
La única unidad verdadera es la que se logra mediante la asunción de la Verdad y la Justicia
He comprobado, ¡oh titodídimo Escrutopo!, que cuando los hombres niegan nuestra existencia empiezan de inmediato a ver por doquier demonios de carne y hueso. Así ocurre en la España coronavírica, donde las gentes uncidas al yugo del negociado de izquierdas perciben en todo lo que ... hacen o proponen las gentes uncidas al yugo del negociado de derechas una obra maligna; y viceversa. Y piensan -¡pobres ilusos!- que, una vez que las gentes de la maligna ideología adversa hayan sido derrotadas, el mal desaparecerá de la faz de la tierra. Pero, en su afán fatuo de arrancar la cizaña, arrancan también el trigo; y la cizaña esparce su semilla también en sus corazones, invadiéndolos a su vez de malignidad. No advierten que todas sus acciones antagónicas, que se alimentan entre sí creyendo combatirse, están guiadas por una inteligencia que les supera, que es la nuestra. Y el entrechocar constante de sus acciones antagónicas acaba agotándolos de tal modo que terminan por aceptar un simulacro o parodia de unidad.
Primero logré que las facciones partitocráticas se agotaran en trifulcas absurdas en torno, por ejemplo, a las restricciones de la movilidad. Al negociado de derechas, los carcamales de tu generación lo envenenasteis con el fantasma de la libertad; y al negociado de izquierdas con la pulsión de la ingeniería social. Así que la derecha se obsesionó con la mamonada de recuperar la libertad de movimientos, olvidando que las almas verdaderamente libres no la necesitan, como demostró el execrable Juanito de Yepes, que escribió (¡vade retro!) el Cántico espiritual en una mazmorra inmunda. Y, mientras el negociado de derechas clamaba por la libertad de movimientos y se entretenía con el delicioso macguffin del cambio de fase, creyendo grotescamente que así combatían la ideología adversa, el negociado de izquierdas se dedicaba tranquilamente a hacer biopolítica. Ahora el negociado de izquierdas les ha regalado al fin la libertad de movimientos, para que se contagien a gusto en terrazas atestadas y playas convertidas en hormigueros; y el negociado de derechas se ha quedado desfondado y bizcochable. Así puedo pasar a fomentar un simulacro o parodia de unidad.
La única unidad verdadera es la que se logra mediante la asunción de la Verdad y la Justicia, que son nombres del Enemigo. Pero la unidad que yo me dispongo a fomentar para facilitar la «reconstrucción» (en vano trabajan los albañiles cuando el Enemigo no construye la casa) se logrará mediante el llamado «consenso político», que es la mixtura de errores de izquierdas y derechas. Después de no lograr ponerse de acuerdo en cuestiones tan de sentido común como quedarse quietecitos, se pondrán de acuerdo en las mayores perversidades. Para ello, el consenso político recolecta las opiniones más alejadas del sentido común -como el doctor Frankenstein recolectaba miembros de los más diversos cadáveres para fabricar su monstruo- y elabora una síntesis caprichosa que, por supuesto, admite discrepancias menores, para que la discusión sobre esos matices (igualmente erróneos) encienda con renovados bríos la demogresca. Así, ¡oh titirrititín lindo!, matamos dos pájaros de un tiro: por un lado, restauramos el consenso político, cuyo fin último es el reparto oligárquico del poder por turnos; y por otro, conseguimos que la convivencia degenere en un gatuperio aturdidor, una disociedad donde podremos retozar como niños sobre una nube de algodón azucarado. Y, a rebufo del consenso, la derecha que clamaba contra la restricción de la movilidad tragará desfondada y bizcochable leyes educativas perversas y otros primores de la ingeniería social que tu sobrinito Orugario guisa mientras espanta (o sea, maravilla) mocosas con su rabo.