La Tercera
La segunda transición
«Se inician las conversaciones entre el Gobierno central y el catalán y toda la atención que se les preste será poca. No por lo que pidan los nacionalistas, que lo sabemos, amnistía y autodeterminación, sino por lo que Sánchez esté dispuesto a darles, que no lo sabemos. A lo mejor cree que poniendo otro nombre al referéndum, consulta, muestra o algo por el estilo, podría colar. Pero los secesionistas, que le conocen, no se contentan con menos que la independencia, con todas y cada una de sus letras»
Sabemos lo que busca Pedro Sánchez con el nuevo Gobierno y otros planes tras fracasarle los anteriores. Se le escapó al propio presidente el pasado 18 de julio: «Prometo iniciar una segunda transición», dijo al anunciar el indulto de los líderes secesionistas. Como aquello era ... dinamita pura, nadie dio importancia a la segunda transición, no fuese a ser una cortina de humo para tapar la bomba. Pero no, por una vez decía la verdad, y tras el indulto han venido surgiendo medidas de mucho más calado y consecuencias. No incluyen cambios de la Constitución, para no asustar a nadie, sino que van paso a paso, con decretos que no necesitan el apoyo de las Cámaras para cambiar la entera escena política española. Se trata de ir ‘de la ley a la ley’ hasta lograr darle la vuelta con el apoyo de la oposición, a la que se pide serenidad y patriotismo, necesarios en operaciones delicadas como otra transición, con una pandemia encima más grave de lo que en un principio se creyó, el frenazo económico consiguiente y los naturales rechazos que una operación de tal calibre despiertan. Para resumir: se trata de repetir la estrategia de la primera Transición y Torcuato Fernández-Miranda, donde quiera que esté, podría pedirles los ‘copyrights’. Aunque, aparte del plagio, hay una diferencia fundamental: esta segunda transición no se funda en el consenso, como aquella, sino en el antagonismo de las dos Españas, y en vez de limitarse a corregir los defectos que como toda obra humana tiene la primera, busca aniquilarla junto a cuanto significa, aunque eso se oculte, por razones obvias. O, dicho ya sin rodeos: intenta devolver España a febrero de 1936 tras la victoria del Frente Popular, de corte parecido al Gobierno actual, sabiendo que derecha y centro no lo aceptarían, como buena parte del Ejército. Pero dispuestos a que ahora no ocurra lo que entonces ocurrió.
Imagino que a buena parte de mis lectores les parecerá política-ficción, o algo peor: un intento de repetir aquello. Cuando lo que intento es exactamente lo contrario: evitarlo, porque aunque las posibilidades de que suceda son mínimas (ni España, ni Europa, ni el mundo son los mismos), las similitudes no hacen más que aumentar y el Gobierno lleva adelante una política por lo menos sospechosa y, en algunos aspectos, alarmante. Permítanme exponérselos para dejar constancia de que no alucino:
1. No contentos con llevar a su extremo la Memoria Histórica -conceptos incompatibles, pues la memoria es individual y la historia es colectiva, por lo que resultan irreconciliables, a no ser que se haga una historia para cada individuo-, nos salen ahora con una Memoria Democrática, que atufa a un kilómetro. La historia no es democrática ni antidemocrática; es, según Ranke, uno de los grandes historiadores, «contar los hechos tal como pasaron», o por lo menos lo más cerca de la verdad posible. Pero si se toman la molestia de leer el diseño de tal ley, se les pondrán los pelos como escarpias, pues se intenta acabar con todo resto de franquismo, pantanos incluidos, y buena parte de la Transición. Con ese texto, se mete en la cárcel a cualquiera.
2. El próximo objetivo a abatir es la Justicia. Concretamente, el Consejo General del Poder Judicial y los más altos tribunales, el Supremo, el Constitucional, el de Cuentas, que son los mayores obstáculos que encuentran para lo que llaman «mandato popular», que en la práctica es una dictadura de partido, como ocurría en los países del Este. En otras palabras: acabar con la separación de poderes, cimiento y cúpula de la democracia. Sánchez no cesa de acusar al Partido Popular de violar la Constitución al no acceder a renovar dichos tribunales. Cuando el PP sólo quiere que los jueces sean independientes de los partidos, como Bruselas, además, apoya.
3. Creímos tener resuelto el problema territorial con el Estado de las autonomías, sin saber precisado hasta dónde llegan éstas, lo que ha traído que algunas intenten convertirse en soberanía. La izquierda quiso arreglarlo con la España plurinacional, cuando es sólo plural. Visto que no colaba, lanzan ahora la España multinivel, todavía peor al admitir que en España hay ciudadanos a distintos niveles, y vulneraría el más caro principio constitucional: la igualdad de todos los españoles, al ir niveles y privilegios siempre unidos. Aunque tampoco puede pedirse mucha filología al equipo de un señor que se pone medallas olímpicas por las vacunas.
4. De momento, no se toca al Rey, pero como símbolo del Estado.
Para resumir: se inician las conversaciones entre el Gobierno central y el catalán y toda la atención que se les preste será poca. No por lo que pidan los nacionalistas, que lo sabemos, amnistía y autodeterminación, sino por lo que Sánchez esté dispuesto a darles, que no lo sabemos. A lo mejor cree que poniendo otro nombre al referéndum, consulta, muestra o algo por el estilo, podría colar. Pero los secesionistas, que le conocen, no se contentan con menos que la independencia, con todas y cada una de sus letras.
Lo que sí quisiera resaltar es que la segunda transición de Sánchez se parece a la primera lo que el día a la noche o las marchas adelante y atrás de un coche: lo opuesto.
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José María Carrascal es periodista