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La tercera

Unamuno: lengua de acero

«Unamuno era muy crítico con la imposición lingüística que ya se atisbaba en tiempos de la República como un desiderátum de los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos. Todos ellos sabían que lo que cimenta una nación, principalmente, es su lengua. De ahí la obligatoriedad de conocerla»

Jorge Trías Sagnier

Presidía las Cortes Constituyentes de la República don Julián Besteiro y en los primeros frescos de aquel mes de septiembre de 1931 se discutía la cuestión de la lengua y la obligatoriedad de conocer el español. Se hablaba de si debía decirse «español» o «castellano». ... Y la voz afilada y potente de don Miguel de Unamuno se alzó ese 18 de septiembre sentenciando: «El español, lo mismo me da que se le llame castellano, yo le llamo el español de España, el español de América, y no solo el español de América, sino el español del extremo de Asia, que allí dejó marcadas sus huellas y con sangre de mártir el imperio de la lengua española, con sangre de Rizal». Las Cortes Constituyentes intentaban acotar el problema de la obligatoriedad de la lengua española o castellana que pretendían negar las minorías catalanas y vascas, principalmente. También la gallega. Eran debates de mucha altura. Disintiendo de Unamuno habló, entre otros, por la minoría vasca el señor Leizaola; por la catalana, don Gabriel Alomar y el poeta Josep Carner; y por el galleguismo el escritor Otero Pedrayo y el también escritor y uno de los padres del nacionalismo gallego Rodríguez Castelao. Pesos pesados. Para Unamuno la lengua era el corazón de la unidad nacional. Para los nacionalistas de entonces, sus lenguas vernáculas, también. Prevaleció la cordura y la obligatoriedad de la enseñanza en castellano quedó plasmada en el artículo 4 de la Constitución republicana de este modo: «El castellano es el idioma oficial de la República. Todo español tiene obligación de saberlo y derecho de usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las lenguas de las provincias y regiones». En 1978, al plantearse la discusión del artículo 3 de la Constitución, hubo parecido debate, también de mucho vuelo, en el que se aceptaron algunas modificaciones propuestas por la Real Academia Española y por el escritor -posteriormente premio Príncipe de Asturias, Nobel y Cervantes- Camilo José Cela. Nuestra actual Constitución zanjó la cuestión de un modo habilidoso expresando que: «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla». Con lo cual se oficializaban, como españolas, tácitamente, también el vasco, el catalán y el gallego.

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