La tercera
Una guerra muy ortodoxa
«Para Rusia, las consecuencias del nacimiento de la nueva Iglesia ortodoxa de Ucrania fueron dramáticas. La Ortodoxia rusa dejaba de ser la segunda iglesia ortodoxa del mundo. Pero la pérdida de poder espiritual fue lo que más molestó al patriarca Cirilo I y a Vladímir Putin. Kiev ya no necesitaba acatar las normas que venían de Moscú, que perdía el control espiritual sobre los veinticinco millones de fieles ucranianos»
Jaime Vázquez Allegue
La invasión de Ucrania por el ejército de Vladímir Putin obedece a causas geográficas, a motivaciones económicas, a cuestiones políticas, a sueños nostálgicos y a otras muchas razones que llenarían las páginas de un catálogo comercial. Sin embargo, hay una razón de la que apenas ... se habla que tiene que ver con la motivación religiosa que hay detrás de este conflicto.
La desaparición de la URSS no solo condujo a los países que la formaban hacia regímenes democráticos que fueron abriéndose a nuevas ideologías sino que hizo que quienes habían vivido sometidos a una férrea persecución religiosa se convirtieran, en menos de una generación, en el futuro espiritual del cristianismo ortodoxo. Porque el antiguo Patriarcado de la Rus de Kiev, hoy Iglesia ortodoxa de Rusia, representa a una de las comunidades más importantes de la Ortodoxia, reconocida desde 1448 como Iglesia autocéfala de la que dependen más de ciento cincuenta millones de fieles, casi la mitad de los cristianos ortodoxos que hay en el mundo.
En 1917 el régimen soviético de propaganda atea inició un proceso de persecución religiosa que provocó el asesinato de treinta mil clérigos ortodoxos y casi cincuenta mil fueron llevados a los gulags. Aquel hecho produjo el éxodo de cientos de miles de fieles que huyeron a otros países. Así, mientras unos fundaban una comunidad ortodoxa en el exilio, otros se refugiaban en una Iglesia clandestina en territorio soviético que se conoció como la Iglesia del silencio.
En 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, el Patriarcado de Moscú fue restaurado por tres metropolitanos ortodoxos que recibieron el visto bueno de Stalin convirtiendo el Santo Sínodo de Moscú en el aliado espiritual del régimen soviético. Sin embargo, en 1953, el proceso de vitalización del marxismo ateo que promovió primero Crushchev y luego Brezhnev, llevó a la Iglesia ortodoxa a ser el objetivo de una nueva etapa de represión. Tuvo que llegar Mijaíl Gorbachov para que la Ortodoxia recuperara una de las iglesias más importantes, la moscovita. En 1995 Boris Yeltsin promovió la reconstrucción de la catedral de San Salvador de Moscú. Ese fue el escenario elegido en 2007 para la firma de la unión de las dos iglesias rusas dando lugar a la nueva Iglesia ortodoxa de Rusia. El acto contó con la presencia del Patriarca Alejo II y de Laurus, el Metropolitano responsable de las iglesias rusas en el exilio. Uno de los testigos que firmaron aquel acontecimiento fue Vladímir Putin en calidad de primer ministro de la Federación. A la renovada iglesia moscovita liderada por Alejo II, a quien unos meses después sucedería Cirilo I, se volvieron a vincular algunas de las iglesias que habían dependido de Moscú como Letonia, Moldavia, Ucrania y otras nuevas como China y Japón.
En la actualidad, el cristianismo ortodoxo surgido del Cisma de Occidente (1054), cuenta con más de trescientos millones de fieles en el mundo y está formado por quince iglesias autocéfalas. La primera en importancia por su autoridad histórica es la Iglesia Ecuménica de Constantinopla con sede en Estambul y liderada por el Patriarca Bartolomé I. La segunda es la Iglesia de Rusia por ser la más numerosa, hoy liderada por el Patriarca Cirilo I de Moscú.
En 1991, la nueva república exsoviética de Ucrania, presidida por Leónidas Kravchuk, se desvinculó de todos los poderes de Moscú excepto de uno, el religioso. Pronto surgieron voces que pidieron separarse espiritualmente de la Ortodoxia rusa. En 2016, el 80 por ciento de los ortodoxos ucranianos reclamaban una Iglesia propia mientras que el otro 20 por ciento -en su mayoría prorrusos- prefería seguir dependiendo de Moscú. En septiembre de 2018, Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, aceptó la petición para iniciar el proceso de constitución de la Iglesia ortodoxa autocéfala de Ucrania, y propuso la elección de un líder espiritual ucraniano que representase a la futura iglesia. Un mes después, desde Moscú, el Patriarca ruso Cirilo I rompía relaciones con la Iglesia de Constantinopla por haber aceptado la propuesta ucraniana. En diciembre de 2018, Epifanio I fue nombrado Primado de la Iglesia de Ucrania. Su consagración tuvo lugar el 15 de enero de 2019 en la catedral de San Miguel de Kiev. Al acto acudió Bartolomé I de Constantinopla y el entonces presidente de Ucrania, Petro Poroshenko. A lo largo de los meses siguientes, otras iglesias ortodoxas (Grecia, Alejandría, Chipre) fueron reconociendo a la nueva Iglesia ucraniana. Aquellos reconocimientos molestaron enormemente al Patriarca ruso Cirilo I, que rompió relaciones con cada iglesia que reconoció a la ucraniana.
Vladímir Putin nunca ocultó su condición de cristiano ortodoxo. En numerosas ocasiones se le vio acompañando a las autoridades religiosas en las solemnidades más destacadas del calendario litúrgico, de la misma manera que el Patriarca de Moscú, Cirilo I, comenzó a ser invitado a los actos más importantes del Gobierno ruso. La amistad entre ambos fue aumentando hasta convertir al líder ortodoxo en el principal asesor religioso del Gobierno ruso.
Para Rusia, las consecuencias del nacimiento de la nueva Iglesia ortodoxa de Ucrania fueron dramáticas. Desde el punto de vista cuantitativo, la Ortodoxia rusa perdió unos veinticinco millones de fieles. Desde el punto de vista económico, la iglesia neonata dejaba de financiar a su matriz espiritual. Desde el punto de vista sociológico, Rusia dejaba de ser la segunda iglesia ortodoxa del mundo. Desde el punto de vista histórico, desaparecía la Rus ortodoxa de Kiev. Pero la pérdida de poder espiritual fue lo que más molestó a Cirilo I y a Putin. Kiev ya no necesitaba acatar las normas que venían de Moscú, que perdía el control espiritual sobre los veinticinco millones de fieles ucranianos. Nunca sabremos todas las razones que movieron a Putin a iniciar esta guerra, pero la religiosa es una de ellas. Prueba de ello es el silencio del Patriarca ruso Cirilo I ante la masacre que se está produciendo en Ucrania. Un silencio sorprendente y a la vez cómplice, si es que no es instigador y responsable.
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Jaime Vázquez Allegue es doctor en Teología y profesor del CESAG-Universidad Pontificia de Comillas
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