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Editorial ABC

La «izquierdita» cobarde

Hay una «izquierdita cobarde» que vocifera un día, pero después sigue a lo suyo, como si una decisión como la de pactar con Bildu no fuese un latigazo en la conciencia de muchos socialistas indignados

El Gobierno ha salvado con comodidad el primer trámite para la aprobación de los presupuestos con el apoyo expreso de sus socios independentistas, con la incorporación de Bildu como partido «para la dirección del Estado», e inexplicablemente con Ciudadanos. La ministra María Jesús Montero lo celebró como si las cuentas públicas ya estuviesen oficialmente en vigor, y como si no produjese una convulsión política el blanqueamiento definitivo que ha hecho el PSOE de Arnaldo Otegui, un terrorista que jamás se arrepintió de sus delitos. La votación no solo supuso una victoria parlamentaria de Sánchez que le aclara el panorama de legislatura. También fue una renuncia a la dignidad de unas siglas con 140 años de historia, las del PSOE, que ha permitido a Bildu jactarse de «ir a Madrid a tumbar definitivamente el régimen» .

Esta amenazante declaración de intenciones no sería mucho más que un eslogan político redactado sobre décadas de sangre y muerte si no fuera por la legitimidad que Sánchez le ha concedido. Por eso conviene desmentir esa mitología según la cual el PSOE es un partido sometido a un permanente debate interno con contrapesos frente a cualquier abuso de su secretario general. El PSOE ha dejado de existir como tal para ser sustituido por una opaca estructura endogámica en La Moncloa. El partido es una comparsa y Pablo Iglesias influye más en él de lo que puedan hacerlo cualquiera de sus «barones», sus cuadros medios o su militancia. El PSOE ha sido sometido por Sánchez, se ha desactivado su Comité Federal y en su dirección no figura nadie que se atreva a alzar la voz. Todo se basa en un ordeno y mando orgánico que ha convertido cualquier atisbo de crítica en una purga.

Es cierto que de vez en vez asoman voces de «barones» críticos. Ha ocurrido ahora, incluso con vehemencia, con Fernández Vara , García-Page , Lambán y, a última hora, por una desaparecida Susana Díaz , que ya hace meses se rindió como azote «oficial» de Sánchez. El mensaje común es que abominan de Bildu, incluso con «vómitos». Sin embargo, todo es un ejercicio retórico para tranquilizar su conciencia y seguir digiriendo sin mayores aspavientos la imposición del presidente. De ello vienen alertando antiguos dirigentes socialistas que solo reciben el desprecio de ser llamados «glorias caducas» o «jarrones chinos». Pero son los propios «barones» quienes han renunciado a ser útiles a un partido al que Sánchez acalla a capricho. No comparten su doctrina ni que haya faltado a su palabra de no pactar «jamás» con los subalternos de ETA, pero lo asumen, y eso no es una cuestión de resignación, sino de cinismo político.

Hay, en definitiva, una «izquierdita cobarde» que vocifera un día, pero después sigue a lo suyo como si una decisión como la de pactar con Bildu no fuese un latigazo en la conciencia de muchos socialistas asqueados, o en la memoria de tantos militantes asesinados que cayeron solamente por tener al PSOE como una seña de identidad digna y valiente. Otegui ha ascendido de «hombre de paz» para Rodríguez Zapatero a «hombre de Estado» para Sánchez. Cuando Díaz, Lambán y el resto de «sufridores» del sanchismo amagan sin dar, o alegan que no comparten nada con Bildu, conviene decir la verdad. No es cierto. Representan a un partido que empieza a compartir con Otegui la gobernabilidad de España, y en la medida en que no afronten ningún tipo de sacrificio personal o político, solo serán unas marionetas irrelevantes. Como socialistas, deberían dejar de hablar de Bildu y hablar de Sánchez, que es quien se entrega a Bildu.

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