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Jaime Gonzalez

Imprudencia temeraria

A Irene Montero le faltan muchas horas de parlamentarismo, tantas como le sobran en televisión

Entre las batallas más cortas de la historia, ninguna como la que enfrentó a Inglaterra contra el sultanato de Zanzíbar, cuyas tropas se rindieron en 38 minutos. El sultán Khalid bin Bargash quiso plantarle cara al Ejército de Su Majestad y terminó sin turbante. Algo parecido le ocurrió ayer –salvando el tiempo y la distancia– a la portavoz de Podemos, Irene Montero, que no encontró mejor manera de lucirse que retando a duelo a Soraya Sáenz de Santamaría. Afortunadamente, las palabras –aunque a veces también las cargue el diablo– no dejan de ser balas de fogueo, porque la suerte de Montero habría sido similar a la que corrió el sultán.

Antiguamente nadie iba a la guerra sin el visto bueno de los augures, aunque a veces fallaran en sus consejos más que una escopeta de feria. Creso, rey de Lidia, preguntó a Delfos si debía o no invadir Persia. "Atácales y destruirás una gran nación", fue el vaticinio. Y los lidios fueron aniquilados en la batalla del río Halis, en el 547 A.C. Creso salió con el rabo entre las piernas, pero al menos tuvo la prudencia de consultar al Oráculo de Delfos.

Desconozco si Irene Montero hizo lo propio con su oráculo de cabecera. Es de suponer que sí, en cuyo caso habría que exigirle responsabilidades a Pablo Iglesias por el revolcón sufrido por su portavoz parlamentaria. Se puede ser arrojada, intrépida, indómita, crítica y hasta descarada, pero nunca temeraria . Ante la vicepresidenta del Gobierno hay que ir con casco y con arnés. Y con sumo cuidado, porque si detecta un punto de insolencia en la pregunta te arranca el turbante en la centésima parte de lo que tardó el Ejército británico en doblegar al sultanato de Zanzíbar, y eso que solo fueron 38 minutos.

La bisoñez de Irene Montero cursa en paralelo a sus inmensas ganas de hacerse un hueco a toda costa en la primera línea de la batalla política. Le faltan muchas horas de parlamentarismo, tantas como le sobran en televisión, donde no hay día que no se arranque a decir lo mismo que dijo ayer y seguirá diciendo mañana. Pero una cosa es torear de salón y otra muy distinta enfrentarse en su debut a Soraya Sáenz de Santamaría, que se ceba en el mentón de sus rivales en cuanto detecta juego sucio.

A Irene Montero, un consejo: para tomar el cielo por asalto, antes hay que aguantar un ídem en pie. Es lo mínimo. Y a su oráculo, una recomendación: Pablo, acuérdate de Creso, el último rey de Lidia.

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