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Ignacio Camuñas Solís - La tercera

La voz de la Iglesia en Cataluña

«Dar cobertura moral a aquellos que pretenden atentar contra la unidad de esta vieja Nación que es España, constituye un grave error que escandaliza a no pocos católicos de nuestro país, pues como recuerda el Evangelio «no se puede servir a dos señores» esto es, no se puede estar al mismo tiempo con los que aman a España y con los que la desacreditan sin rubor y quieren romperla»

Ignacio Camuñas Solís

Leo en «Alfa y Omega» de hace unos días una breve transcripción de la declaración efectuada por los obispos de Cataluña sobre la situación en esa comunidad autónoma, a raíz de la reciente sentencia del Tribunal Supremo que ha condenado por un delito de sedición y malversación de caudales públicos a distintos dirigentes nacionalistas catalanes.

Declaro antes de nada mi absoluto respeto y consideración a lo que puedan sentir y pensar los señores obispos en esta ocasión, pero al no tratarse de materia alguna que haga referencia a la moral ni a las buenas costumbres, sino a una cuestión de estricta dimensión política y sobre la que cualquier ciudadano puede, lógicamente, opinar y, llegado el caso disentir, me permito afirmar que, una vez más, como en otros tiempos en el País Vasco, la jerarquía eclesiástica de Cataluña vuelve a manifestarse con una benevolencia y parcialidad manifiesta hacia la causa nacionalista, dejando a un lado los sentimientos y aspiraciones de una gran parte de la sociedad catalana que no comulga con el independentismo.

En la referida declaración, la primera afirmación que vierten los señores obispos, al respecto, me parece de una gravedad manifiesta cuando aseguran que: «La Ley no puede ser la única respuesta al desarrollo armónico de toda la sociedad que necesita algo más». Es decir, que ante el palmario y reiterado incumplimiento del marco legal vigente por parte del gobierno de la Generalitat, al plantear la proclamación de la república en Cataluña, los señores obispos subrayan que la ley no puede ser la única respuesta al desarrollo armónico de la sociedad.

Señores obispos: ¿podrían precisarnos qué es ese algo más que necesita la comunidad autónoma de Cataluña para que pueda desarrollarse armónicamente? ¿Están ustedes veladamente apoyando en realidad el pretendido derecho a decidir?

Al seguir leyendo, descubro algo que puede darme una pista sobre las reales intenciones del episcopado catalán en estos momentos. Continúa diciendo el comunicado: «Ahora toca ya aplicar la vía de la misericordia».

Pero, mis queridos obispos, la misericordia no es lo propio de la vida política. Quizás quieran referirse, más bien, a la conveniencia de proponer para los condenados el ansiado indulto. ¿Es así? ¿Es eso lo que ustedes están pidiendo de forma piadosa y compungida? Vayamos, pues, aclarándonos.

No contentos con lo anterior y dada la consabida costumbre de utilizar un lenguaje oblicuo, lleno de alambicadas frases, los señores obispos acaban destapando sus reales pretensiones al afirmar: «Ahora toca volver al único camino posible, un serio camino de diálogo entre los Gobiernos español y catalán». Traducido este párrafo a la realidad política del momento supone poner en el mismo plano al Gobierno de la Nación y al de la comunidad autónoma de Cataluña, como si de dos Estados se tratase, en una suerte de confederación que se compadece mal con lo establecido en la propia Constitución.

El diálogo que proponen los señores obispos, que es exactamente lo mismo que demandan los partidos independentistas y nacionalistas de distinto cuño, así como otros relevantes sectores de la izquierda de nuestro país, presupone que hay un conflicto político que ha de resolverse pacíficamente por medio del diálogo y ahí llegamos, por fin, al meollo de la cuestión.

¿Quién ha creado el llamado conflicto político? ¿El Gobierno de España al no aceptar la vulneración de nuestra Constitución? o más bien ¿el Parlamento de la comunidad autónoma de Cataluña con su intolerable declaración de independencia? El llamado conflicto político es, en realidad, un fraude. Cuando se reitera, una y otra vez, que existe un conflicto político lo que se busca descaradamente es tratar de sentar al Gobierno de la Nación en una mesa de negociación para volver a obtener nuevas concesiones políticas ya de todo punto inasumibles. Esta historia la venimos repitiendo desde hace 40 años. Es hora ya de que no nos dejemos engañar de nuevo.

En realidad el conflicto político surge, más bien, porque un sector de la población, hoy por hoy mayoritario, se niega a seguir por la senda que quieren imponer los sectores sediciosos al resto del pueblo de Cataluña. El pretendido diálogo debería producirse entre los propios catalanes en vez de echar la culpa a los gobiernos de turno por la situación que atraviesa la autonomía catalana.

Digámoslo con claridad: el conflicto lo crean los independentistas al alterar la convivencia para, a través de la violencia, intentar forzar al Estado a una negociación que ningún gobierno democrático puede asumir, porque no hay gobierno alguno, ni confío que lo habrá en el futuro, que pueda atentar contra los fundamentos de la Nación española ni consentir en su disolución.

Al hablar de que la ley no puede ser la única respuesta al desarrollo armónico de toda la sociedad, proclamar la necesidad de una amnistía misericordiosa y proponer que los gobiernos respectivos de España y Cataluña dialoguen sobre el pretendido conflicto que culmine con una negociación política ¿No están ustedes señores obispos indirectamente blanqueando la conducta sediciosa del Gobierno de la Generalitat de Cataluña?

Si ustedes creen que con esa actitud se identifican mejor con las verdaderas aspiraciones del pueblo catalán, me temo que pueden estar ciertamente equivocados pues no hay más que ver la escasa práctica religiosa existente en las diócesis catalanas que ustedes pastorean así como la crisis de vocaciones que mantienen los seminarios de la región.

Dar cobertura moral hoy a aquellos que pretenden atentar contra la unidad de esta vieja Nación que es España, constituye un grave error que escandaliza a no pocos católicos de nuestro país, pues como recuerda el Evangelio «no se puede servir a dos señores» esto es, no se puede estar al mismo tiempo con los que aman a España y con los que la desacreditan sin rubor y quieren romperla.

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Ignacio Camuñas Solís fue ministro adjunto para las relaciones con las Cortes

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