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Ideología en vena

Sánchez busca cambiar la sociedad con la injerencia estatal

Socialismo contra liberalismo ABC
Luis Ventoso

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Resumiendo muchísimo, la diferencia decisoria entre el liberalismo y el socialismo radica en que el primero intenta asumir al ser humano tal como es, mientras que el segundo aspira a cambiarlo aplicándole un molde ideológico que lo concibe como un ser angélico. Para un liberal lo medular es que impere el Estado de Derecho, a fin de proteger las libertades y derechos personales, y que la economía -las empresas, el comercio- opere en un marco abierto y reglado, fiable. Un liberal quiere impuestos bajos, porque valora la iniciativa personal, y prefiere que el dinero esté en el bolsillo del ciudadano y lo maneje según su libre albedrío. Un socialista aboga por la injerencia del Estado en la economía y propugna la redistribución de la riqueza (normalmente con una igualación a la baja a costa de los que más se han esforzado). Un liberal cree que el Estado debe ser pequeño y tiene como principio que para todo ciudadano «su casa es su castillo», como estableció Edward Coke, el admirable jurista inglés del XVII. Por el contrario, el socialismo pretende que el Estado se meta en la cocina del ciudadano y hurgue en todo, desde las libidos privadas hasta los medios de comunicación.

La socialdemocracia fue la exitosa vacuna contra las veleidades comunistas que inventó Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Tuvo un sentido, porque mitigó los excesos del capitalismo y alumbró una feliz creación: el Estado del bienestar. Pero hoy la derecha también se ha apropiado de esa idea y defiende como propias la sanidad y la educación universal, los subsidios, las pensiones... Perdido el monopolio del Estado del bienestar , la socialdemocracia languidece huérfana de ideas y nada aporta en economía (salvo enrojecer los balances contables con su mala cabeza). ¿Qué hace entonces para contrarrestar ese vacío? Pues acentuar los gestos, poniendo un énfasis obsesivo en las minorías, el laicismo -más bien anticatolicismo- y el revanchismo por las guerras de nuestros abuelos. Los tics del mal llamado progresismo incluyen además una enorme empanada mental que los lleva a considerar el nacionalismo como algo avanzado y a tontear con él.

El Gobierno de Rajoy hizo una política económica de sesgo socialdemócrata. Distaba de ser un Ejecutivo liberal. Pero al menos apoyaba la iniciativa empresarial , trataba de gestionar y no era intrusivo en la vida de las personas. Con la ocupación del poder por parte de Sánchez retornamos al zapaterismo: rodillo inmediato de ingeniería social y presión fiscal sobre el bolsillo privado. Sánchez rechaza la educación concertada, cuando es un éxito incontestable y reclamado por el público. Toma por decreto la televisión pública. Debilita el Estado, porque el patriotismo ahora es franquista . Creará una asignatura para inculcar una suerte de religión estatal. Hace hincapié en la subcultura de la muerte (la eutanasia). Hasta regulará las relaciones sexuales privadas con una ley que pisotea la presunción de inocencia. Cambiar nuestras mentes. Ese es el plan. Pero pinchará, porque se ha encamado con Torra, porque solo tiene 85 diputados pelados y porque en Europa la socialdemocracia está de capa caída en las urnas (salvo… en Portugal y Grecia).

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