Columnas sin fuste
La elección del helado
Pocas cosas hay que despierten una inquietud tan gozosa e infantil como este momento de elegir el helado. El gusto, nada menos
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Iniciar sesiónEl turismo nacional salva el verano y con el veraneante vuelve la costumbre del helado, sobre todo el helado nocturno con el que se remata el día de playa o piscina.
Las colas más largas se forman en los puestos de helados. Nuestra disciplina se ... ha fortalecido con los hábitos del Covid y formamos unas hileras muy organizadas en las que familias, parejas, y algún hombre solitario (queremos pensar que encargado de llevar los helados a casa) aguardan su turno mientras deciden sabor.
Pocas cosas hay que despierten una inquietud tan gozosa e infantil como este momento de elegir el helado. El gusto, nada menos. Se escuchan los debates familiares, las indecisiones, y en algunos rostros se observa incluso una preocupación que crece a medida de acercarse el momento de elegir. Cuando ante la heladera, finalmente, nos manifestamos, hay algo de triunfo en nosotros, de orgullosa exhibición de algo muy meditado y personal.
En ese rato de cola se percibe la indecisión terminal de algunas personas para las que el momento de llegar al mostrador se convierte en un trance fatídico, un acantilado que obliga a escoger de manera urgente: «Stracciatella y turrón»
-Pero hombre, pero cómo pides eso...
Y es que han sentido el apremio del indeciso.
El lugar del indeciso es, por ejemplo, la zona de yogures de un supermercado. Allí, con tranquilidad y resguardado de las miradas, puede abandonarse a su naturaleza dubitativa. Pero en una heladería, una noche de agosto, nadie espera, el flujo estival no puede parar, y el indeciso, hecho un lío, elige lo primero que se le ocurre, a sabiendas de que no es eso lo que quería. Pero… ¿qué quiere? Pasará el verano averiguándolo.
Las heladerías son un lugar para las parejas. Como un anticipo de sensualidad, el helado dispara el arrobamiento, y las parejas, cogidas de la mano, abrazadas, sellan su amor con la elección de helado. «A mí pistacho, cariño»; y el hombre tiene algo de paladín cuando se lo acerca.
Pero las heladerías pertenecen, sobre todo, a las familias, los grupos humanos con primos, suegra, cuñados... Cada uno de ellos elige dos sabores y luego todos, con Covid o sin Covid, se los ofrecen unos a otros: «Anda, coge». Se dice coger. Coge de aquí. Y van con la cucharilla de plástico, púa caprichosa, a probar de ese helado que no se atrevían del todo a pedir. Cada noche hay un concurso por ver quién supo elegir mejor.
El momento más dulce del verano, quizás del año, es ver caminar a las personas con sus helados por la calle mayor de los pueblos, por los paseos marítimos. El andar se ralentiza, se acompasa al disfrute del ‘mantecao’, que es, como las pipas, algo que además distrae. La morosidad del veraneante es máxima y todo adquiere un instante de eternidad; los niños juguetean, siempre en círculos, y los mayores charlan de sus cosas como si tarareasen, con la atención repartida entre el mundo y un helado.
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