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La gran igualizadora

Esa señora de la venda en los ojos, la espada en una mano y la balanza en la otra, les está poniendo en su sitio

José María Carrascal

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En democracia, la Justicia es la gran niveladora, encargada de que no haya privilegios para nadie y de someter a todos los ciudadanos al mismo rasero, sin distinguir niveles sociales, económicos ni culturales. Sin demérito para el resto de las instituciones del Estado y de los servicios públicos, puede decirse que la Justicia es el mejor baremo para medir la salud de una nación y el bienestar de sus miembros. De ahí también que se la represente con una venda en los ojos, la espada en una mano y la balanza en la otra, símbolos de imparcialidad, fortaleza y equidad.

Los daños que Iñaki Urdangarin causó a la Casa Real con su conducta delictiva han quedado compensados con la sentencia de la audiencia de Palma, ratificada por el Tribunal Supremo, advirtiendo de que la proximidad del Rey no libra a nadie del deber de cumplir las leyes y demostrando que España es un Estado de Derecho, es decir, un Estado de Justicia. Se puede estar más o menos de acuerdo con la magnitud de la pena, pero que cinco años largos en la cárcel, excluido de la vida normal ciudadana y de la proximidad de los tuyos, no es ninguna broma resulta incuestionable. Aunque se lo ganó a pulso.

La condena se une a la escabechina que están haciendo los tribunales en la clase política (y está directamente relacionada con alguna de las causas abiertas), de las que no se libran los principales partidos y están pagando duramente. Se trata de una catarsis tras años, o incluso décadas, en que el camino más corto para enriquecerse era tener buenas relaciones con alguien en la administración, cuanto más alto, mejor, y estar dispuesto a compartirlo con él. Era lo que se llamó «cultura del pelotazo», que de cultura no tenía nada y de pelota, sólo saber hacerla. En ambos sentidos, pues tan corrupto es el corruptor como el corrompido. Esperemos que esa etapa haya pasado para siempre. Las penas impuestas están siendo altas y el rechazo social, grande, aunque merecido, pues la relevancia del personaje lleva aparejada un deber de ejemplaridad y que, en este caso, se usó para hacer justo lo contrario.

Lo que choca, e incluso indigna, es que, ante esta actividad judicial en busca de erradicar cualquier tipo de ventajas, se hayan disparado las demandas de privilegios. Por todas partes y, en especial, en aquellas comunidades más ricas y fuertes, crecen las peticiones de todo tipo, políticas, históricas, sociales, económicas, que demuestran un desmedido egoísmo y, en el fondo, un afán de supremacía sobre los demás. Los nacionalistas catalanes y vascos no hacen más que pedir, como si España les perteneciese y los españoles fuéramos sus súbditos. Incluso tienen la desvergüenza de reclamarlo en el papel de víctimas. Esa señora de la venda en los ojos, la espada en una mano y la balanza en la otra, les está poniendo en su sitio. Esperemos que siga velando por la igualdad de los españoles, pues está visto que no aprenden.

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