Gescartera en Nueva York y un Robin Hood demasiado miope
El viernes 12 de diciembre pasará a los anales como una fecha clave en la historia de las grandes estafas financieras, desde el timo de la estampita a los préstamos de Doña Baldomera, que tradicionalmente despluman a los más pobres e incautos, ávidos de encontrar ... duros a peseta. Esta vez el fraude tiene ribetes sarcásticos porque son los más ricos y cándidos quienes figuran atrapados en el panal de miel elaborado por Bernard Madoff, ese gestor de Wall Street con semblante parecido al enanito Bonachón de Blancanieves pero de nariz mucho más prominente y que tenía engatusados a los millonetis de medio mundo confiados en que su dinero es el único reclamo para hacer más dinero.
El caso Madoff y el agujero de 50.000 millones de dólares que le contemplan es el colofón, el remate del tomate, de una crisis global que ha echado por tierra todos los paradigmas del capitalismo moderno. La cultura del pelotazo empieza a dibujarse con el tinte melodramático de aquello que los clásicos entendían como un delito de cuello blanco y algo así es lo que ahora se le imputa al responsable de una pirámide financiera que se ha invertido de manera irreversible por efecto del crash bursátil. Hablamos para entendernos de una Gescartera en el corazón de Manhattan que salpica a los principales family offices españoles, compañías instrumentales bajo las que se refugian los apellidos de más rancio abolengo como garantía de anonimato, sobre todo ahora que la mofa y el escarnio duelen casi tanto como la pérdida del patrimonio.
La detención por el FBI del reputado agente neoyorquino sacudió con estrépito a los gestores de estas grandes fortunas que rápidamente se han puesto a la defensiva para evitar que el escándalo se lleve por delante el nombre y fama de sus mejores clientes: «Esto es peor que lo de Lehman Brothers», aseguran a modo de conclusión aquellos que tienen posibles y temores de sobra para creer que nos encontramos ante un nuevo tsunami en los mercados de capitales. No es probable que esta vez se convoquen manifestaciones con pancartas contra nadie pero la procesión va por dentro y los Abelló, Jove, Plácido Arango, Koplowitz y demás celebridades del ranking Forbes van a tener que buscar otros caladeros donde echar las redes de su malgastada confianza.
La judiada de Madoff era lo último que le faltaba al Gobierno para tropezar con ese palo de ciego que Zapatero confundió con una varita mágica por el mero hecho de que venía envuelto con el mismo papel de regalo que utiliza la aristocracia financiera de este país. El presidente se ha dado cuenta de que no hay nadie infalible ante la crisis y que las cañas pueden volverse lanzas hasta para su admirado Emilio Botín, quien encabeza una amplia relación de estafados, casi todos ellos con el denominador común de una exquisita agenda en la que siempre aparece el teléfono particular del presidente del Banco Santander o, en su defecto, el de su yerno Guillermo Morenés. El marido de Ana Patricia Botín se ha convertido en el chivo expiatorio de un tocomocho de alto standing extendido por «el todo Madrid» con el glamour y los oficios de Andrés Piedrahita, el broker colombiano que actuó como corresponsal de Madoff en España.
Por supuesto que el nombre de Zapatero ni está en la lista de damnificados ni se le espera pero lo cierto es que el jefe de Gobierno ha sufrido un fuerte desengaño y empieza a creer que las ayudas otorgadas por birlibirloque a las entidades financieras van a dar la razón a Fernández Ordóñez cuando advirtió desde el Banco de España que el remedio podía ser peor que la enfermedad. A la postre, el maná del crédito sigue sin llegar a sus destinatarios finales que son las pequeñas empresas y las familias, los dos grandes focos de esa plaga del desempleo que se contagia como la peste mientras Celestino Corbacho se desespera sumando parados y Pedro Solbes se regocija restando los días que le faltan para poner en valor su anunciada jubilación.
El vicepresidente ha tirado la toalla y se muestra más disipado que Bernd Schuster cuando apuraba sus últimos partidos en el banquillo del Real Madrid. Zapatero no se da por aludido de momento para no reconocer pasados errores pero ya no quiere que nadie más le ayude a equivocarse. Ni ministros ni banqueros; si acaso algún visitante distinguido e invitado a cenar en La Moncloa que apuesta por dejarse de pamplinas financieras y meter en vereda a las entidades de crédito con medidas legales que les obliguen a garantizar la liquidez. No se trata de plantear nacionalizaciones pero tampoco se descarta la posibilidad de restaurar una nueva y más eficaz banca pública que estimule el crédito y la confianza en los mercados. Las víctimas de Madoff son muchas y muy poderosas pero no son las más indicadas para redimir a Zapatero si es que el Gobierno no consigue que las ayudas estatales generosamente concedidas a la banca lleguen finalmente a los que verdaderamente las necesitan. Robin Hood está miope y debe graduarse la vista cuanto antes.
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