La guerra de las mujeres

Los burdeles improvisados de Bucha, para violar tanto a mujeres adultas como a menores, no son una odiosa indisciplina de la soldadesca

Ideóloga de las Femen, Inna Shevchenko irrumpió en el espacio mediático occidental con la fuerza de un combate que se quería exento de crueldad gratuita. Y que, como todo combate, libraba su batalla sobre los cuerpos. Pero planificaba tal intervención al modo de una batalla ... estética. Bajo la confesa resonancia del surrealismo clásico y, quizá más aún, del situacionismo festivo que pregonara el Guy Debord de la sociedad del espectáculo, las militantes de Femen restringían su ámbito de intervención al de su piel desnuda, exhibida al modo de un objeto excluido. Y sacaban de esa ingenuidad metódica efectos de conmoción que -durante el tiempo breve en que duró la sorpresa- resultaron conmocionantes. Era el año 2008. En una Ucrania donde las mafias del proxenetismo ruso habían asentado el epicentro del muy rentable negocio del tráfico de mujeres.

Catorce años más tarde y exiliada en París desde hace tiempo, Shevshenko ha vuelto a reflexionar sobre su vieja batalla feminista. En una Ucrania en la cual nada es lo mismo y en la que todo, sin embargo, corre el riesgo de bascular hacia una regresión cuyo precio sería la pérdida de la libertad para todos. De un modo mucho más brutal, para las mujeres.

Que esas mujeres ucranianas hayan optado, en un porcentaje sin precedente en Europa, por tomar las armas para combatir a los invasores rusos no es un azar, plantea Shevshenko en sus recientes declaraciones a ‘L’Express’: «La violación es un arma de guerra legalmente prohibida. Cometer crímenes sexuales contra las mujeres durante una guerra refleja una motivación sexista en tiempo de guerra: la afirmación del poder de quienes la practican. Son crímenes que tienen menos que ver con la satisfacción de la pulsión sexual masculina que con las tentativas de quebrar a la sociedad. Las humillaciones y violaciones de mujeres ucranianas por los soldados rusos son tentativas de borrar la nación ucraniana. La violencia sexual se despliega como arma de guerra porque le sale muy barata a su autor, es fácil y extraordinariamente eficaz para quebrantar anímicamente al enemigo... Las mujeres y sus cuerpos son campos de batalla siempre. Pero lo son mucho más durante una guerra».

No es nuevo. Japón creó ese sistema con las mujeres coreanas y chinas, secuestradas y recluidas en burdeles militares durante la Segunda Guerra mundial. Y, en 1945, cuando se inició la toma de Berlín, las tropas rusas aplicaron la orden de violar masivamente a las mujeres alemanas. Son los dos precedentes de esto de ahora. Los burdeles improvisados en los sótanos de Bucha, para violar tanto a mujeres adultas como a menores, no son una odiosa indisciplina de la soldadesca; son parte de una estrategia militar que la tradición rusa consagra. Putin conoce la hazaña berlinesa del ejército rojo. Sabe de su eficacia. Y la aplica.

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