Futuros imperfectos
Mariano Rajoy y la cúpula del PP debieron creerse dueños del futuro cuando certificaron el fin del caso Gürtel, en lo que respecta a la trama valenciana, cuando la sala de lo Penal del Tribunal Superior de aquella comunidad decretó el archivo del asunto de ... los trajes. Ya entonces tan optimista previsión sonaba a exorcismo. Cuando uno no controla la investigación resulta temerario fijar plazos. Como era aventurado descartar que el Supremo aceptase el recurso de la fiscalía e instase al TSJV a reabrir la causa. Quedaban, pues, importantes cabos por atar, y uno de ellos acaba de hacer diana en el corazón de las finanzas del PP valenciano.
Algunos responsables del PP han vuelto a apuntar al dedo que señala a la luna, y tal vez no les falten razones para hacerlo, pero las nuevas revelaciones policiales son una luna demasiado grande como para que el espectador se quede sólo con el dedo. Si es que son ciertas, naturalmente. Aunque resulta muy improbable que no lo sean, porque nos encontraríamos entonces, no sólo ante un motivo para exigir la dimisión del responsable de Interior, sino ante una verdadera crisis de Estado.
También el presidente del Gobierno se comporta como si fuera dueño del futuro, hasta el punto de que cree que puede trocearlo y negociar cada cachito con un interlocutor distinto. El Gobierno ofrece a la oposición un pacto de Estado sobre educación y energía, y eso está muy bien porque en esos ámbitos se va a jugar el porvenir de las siguientes generaciones de españoles. Pero ese es el futuro a medio y largo plazo. Para llegar allí hay que transitar primero por el futuro inmediato, por los presupuestos, y éstos Zapatero no quiere pactarlos con la oposición. A pesar de que el catálogo de prioridades que se fije en ellos puede condicionar los términos de cualquier pacto de más largo aliento. Futuros imperfectos.
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