Perfil del aire

Dejad a los niños

No podemos permitir que unos los usen para meterles el dedo en ojo a los otros

«Dejad que los niños se acerquen a mí». Suena el eco de la voz del Galileo cuando se dirigió a los apóstoles que apartaban a los niños para que no lo molestaran. Dejad que los niños entren en los hoteles y en los restaurantes, ... que no se les discrimine de forma preventiva por una lata que a lo mejor dan los mayores. El Nazareno no podría vivir en esta sociedad que se aleja de la infancia para vivir en una comodidad ficticia de sofá y Facebook, de revoluciones que se hacen a golpe de tuit. Es curioso que solo dejó un pecado sin perdonar. Quien escandalizare a uno de estos, que se cuelgue una rueda de molino y se arroje a las aguas turbias de la condena eterna. Sin embargo, para entrar en el Reino había que ser como uno de esos pequeños.

Novalis dejó escrito algo que deberíamos memorizar: «Donde quiera que haya niños, existe una edad de oro». El aforismo del poeta romántico lo repetía Juan Ramón, que escribió «Platero y yo» para reconciliarse con la edad de la pureza y de la inocencia. Esa infancia se quedó grabada en el patio donde florece el machadiano limonero, y permanece en el último verso que escribió el poeta en Collioure. Un papel doblado en el raído gabán. Un alejandrino que es la luz convertida en poesía: «Estos días azules y este sol de la infancia».

No podemos dejar que la jauría política convierta a los niños en excusa para sus dentelladas dialécticas. No podemos permitir que unos los usen para meterles el dedo en ojo a los otros. No es admisible que se les prive de una educación abierta y libre, como pretenden los defensores a ultranza de la paternidad impuesta a golpe de consigna, ni que los otros pretendan apropiarse de las inocentes criaturas para convertirlos en carne receptora de su propaganda radical. Que se peleen por las autonomías y los reinos de taifas, o por los impuestos que todos nos endilgan para mantener su Estado del bienestar. Pero que dejen tranquilos a los niños en esa Arcadia que Cernuda situó precisamente en esos tiempo sin tiempo del niño: antes de que tiempo los alcance.

Picasso tuvo que llevarse más de media vida aprendiendo a pintar como un niño. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. Deberíamos librarnos del cinismo y del rencor, de la hipocresía y la envidia, de la manía por imponerle al otro algo que no es una verdad universal, sino una simple opinión que mañana puede ser la contraria. Hace cuarenta años se defendía el sexo con los niños como algo progresista. Y había quien presumía de haber practicado semejante aberración.

El abuso infantil no está justificado por nada ni por nadie. Y tal vez no tenga perdón, como señaló el Galileo hace dos mil años. Pero no debemos quedarnos ahí. Es preciso llegar más lejos, y proteger a la infancia de los políticos que están usándola con el pin y con el pimpampún de una batalla más falta que Judas: el apóstol que vendió al maestro por treinta monedas que le sirvieron para darle cuerda al reloj de su propia muerte, porque su pecado tampoco tenía perdón de Dios.

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