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Miradas sobre la pandemia

Racializados

Los españoles estamos sin duda acostumbrados a entender la diversidad racial fuera de España, pero la comprensión escasea en el interior de nuestras fronteras

'A Redenção de Cam', una pintura al óleo realizada por el pintor español Modesto Brocos en 1895 que aborda las controvertidas teorías raciales de finales del siglo XIX

Francisco Moreno Fernández

«El coronavirus fue una emergencia hasta que Trump descubrió quién estaba muriendo: la población negra e hispana de EE.UU.». Esta afirmación de Adam Serwer, publicada en The Atlantic, nos sitúa ante la faz más cruel del fenómeno llamado «racialización». El pasado mes de enero la comunidad hispanohablante de España conoció la expresión «persona racializada» de boca de la flamante ministra de Igualdad . La irrupción fue saludada con extrañeza por parte de muchos, incluidos los medios de comunicación, y con aparente naturalidad por parte de los grupos sociales habitualmente discriminados. Si las expresiones lingüísticas se combinan con las tendencias políticas de quienes la usan, la polémica está servida –y bien caliente– sobre la mesa de los medios de comunicación.

Hace tan solo tres años el joven sociolingüista Jonathan Rosa publicaba un libro cuyo título aludía a la apariencia que «muestran» las lenguas y al modo en que «suenan» las razas. El concepto supone una diferenciación de las personas, en el seno de una sociedad y sus instituciones, por razón de raza y de otros atributos socialmente asociados a ella, entre los cuales se encuentran las lenguas y sus manifestaciones. Rosa explica cómo el modo en que hablamos contribuye a configurar nuestra imagen dentro de una comunidad , al tiempo que el aspecto físico lleva a presuponer la manera en que alguien debería hablar. En España sorprende que una persona de apariencia asiático-oriental hable español con un acento más andaluz que la Giralda. ¿Por qué tanta extrañeza? Algunos, bienintencionados, prefieren interpretarlo en términos de gracia y salero. —¡Mira la chinita qué bien habla y qué graciosa!

Los españoles estamos sin duda acostumbrados a entender la diversidad racial fuera de España, pero la comprensión escasea en el interior de nuestras fronteras. La reciente realidad migratoria nos ha puesto ante la necesidad de asimilar las consecuencias de la pluralidad étnica, racial, religiosa o lingüística que prolifera . Sin embargo, a pesar del camino avanzado, aún falta mucho por madurar en materia de lenguas y culturas en contacto. Todavía no son de uso corriente, aunque no tardarán en instalarse entre nosotros, voces como «chinoespañol/a», «afroespañol/a», «rumanoespañol/a» o «ecuatoespañol/a» , como ya circulan en EE.UU. «African-American» o «Asian-American». En esto los estadounidenses nos llevan ventaja, aunque la racialización de la pandemia es síntoma de la profunda brecha racial que se resiste a cerrarse en el gran país norteamericano.

Efectivamente, el pasado nos ofrece etiquetas que representan claramente modos diferentes de concebir y tratar políticamente la diversidad racial. En la Nueva España y en el Perú del siglo XVIII se puso de moda la pintura de cuadros que intentaban representar las muchas «castas» que América había generado. Esas pinturas se dividían en cuadrículas que encerraban, cada una de ellas, la figura de una mujer, un hombre y una criatura. Debajo aparecía la pertinente leyenda explicativa: «De español y de india: mestiza. De español y negra, mulato. De español y mulata, morisca. De español y morisca, albina. De español y albina, torna atrás. De negro y de india, china cambuja. De mestizo y de india, coyote…». Nótese, sin embargo, que se hablaba de « castas » –esto es, de ascendencias y linajes–, no de razas propiamente dichas, porque la racialización se desplegaba asociada a etnias y naciones.

Más recientemente, en España se produjo un despliegue de denominaciones con claros tintes xenófobos. La historia de «moro» o «mora», incluido su condescendiente diminutivo, «morito/a», ya cuenta con tradición, pero se ha prolongado hasta nuestros días. En su momento, también se instaló la etiqueta «sudaca» para aludir a los sudamericanos arribados en los años setenta y ochenta, y el relevo de «sudaca», ya periclitada, lo han tomado «panchito» y «panchita», referidas principalmente a los inmigrantes de Ecuador desembarcados en los últimos veinte años. De nuevo la racialización se evidencia a través de la lengua, al tiempo que la lengua se asocia a la construcción social de la imagen del inmigrante hispano, como se observa en España o en EE.UU.

Marshall McLuhan apuntaba que, cuando una forma se lleva a un medio nuevo o diferente, suele ser interpretada como paródica o ridícula. De este modo, el paso de una expresión como «persona racializada» desde el ámbito del discurso crítico al uso popular también puede ser interpretado, cuando menos, como innecesario: al fin y al cabo, todos somos susceptibles de racialización. La necesidad surge cuando la discriminación se infiltra sibilinamente en las instituciones y los poderes fácticos, sobre todo en situaciones de emergencia social. Las expresiones «persona racializada» y «racialización» ya han iniciado el derrotero de su difusión social, ese que algún día podría llevarlas al olimpo de las voces recogidas por el diccionario académico. Ahora es preciso que los conceptos expresados se interioricen popularmente y, en especial, entre los poderes con capacidad de combatirlos. Tal vez así los damnificados ante las calamidades dejen de ser siempre los mismos.

* Francisco Moreno Fernández es catedrático Alexander von Humboldt en la Universidad de Heidelberg y de la Universidad de Alcalá.

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