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Editorial ABC

Ficción presupuestaria de Sánchez

Resulta inexplicable la euforia con la que Sánchez e Iglesias ensalzaron sus Presupuestos el mismo día en que España lleva 700.000 empleos perdidos en un año, y otros 750.000 están en el aire

ABC

Por fin Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se animaron ayer a anunciar, con el meloso tufo de propaganda habitual de La Moncloa, los Presupuestos Generales con los que quieren asegurar una legislatura de cuatro años por si en próximos cursos les resulta imposible pactar unos nuevos. Los dos, presidente y vicepresidente, trataron de escenificar hasta última hora una tensión, y hasta una simulación de ruptura, que nadie cree. Teatro puro. Todo quedó en un paripé muy típico de esta coalición tan gravosa para España porque ni uno ni otro tienen la menor intención de renunciar al poder, y esa es la premisa fundamental que justifica no solo unas cuentas públicas erróneamente concebidas, sino su estrategia para deconstruir nuestro sistema legislativo y, en última instancia, nuestra democracia. Los Presupuestos son solo la coartada para llevar a cabo un proyecto neoconstituyente con un estado de alarma en vigor.

Los Presupuestos que Sánchez aspira a aprobar en los próximos meses son los únicos de la Unión Europea que incrementan miles de millones de euros en impuestos a las clases medias, especialmente en el combustible diésel -lo que ha irritado al PNV-, en el IVA a las bebidas azucaradas, en el consumo de plástico, en el IRPF y en la fiscalización de patrimonio y sociedades. Falta conocer con exactitud la letra pequeña y el resultado de las negociaciones que se produzcan en el Congreso, pero la línea general permite concluir que no son los Presupuestos que necesita España para superar la recesión. Igualmente bajan las exenciones a las empresas y las aportaciones a los planes de pensiones para lograr un cálculo de ingresos de poco más de 2.000 millones de euros, lo cual es insuficiente para que todo cuadre con un mínimo de coherencia. Pero, sobre todo, el Gobierno aumenta exponencialmente el gasto público, se endeudará hasta un límite indecible, y forzará a los españoles a asumir un déficit público del 8 por ciento, una cifra que Europa discutirá abiertamente cuando revise nuestras cuentas. El objetivo ideológico de los Presupuestos, que incluyen una subida de pensiones y del sueldo de los funcionarios, es inequívoco.

Resulta inexplicable la euforia con la que Sánchez dio a conocer su proyecto justo el día en el que se hizo público otro alarmante dato de paro. Durante 2020 ya se han destruido 700.000 empleos, y el futuro es cada vez más incierto para otros 750.000 trabajadores inmersos en ERTE de empresas que son sencillamente inviables a corto plazo. Si a ese panorama tan oscuro se añade la tendencia de una destrucción de empleo juvenil como nunca se ha conocido en España, alguien está mintiendo en La Moncloa porque no hay ningún dato esperanzador. Al contrario. El futuro de nuestros jóvenes, a quienes habrá que cargar también la factura de un endeudamiento masivo de lustros, ya no es ni siquiera precario. Es devastador.

A Pablo Iglesias no le interesa la gestión. Solo el mensaje. Por eso se empeña en engañar a su electorado fingiendo ser el «conseguidor» de una nueva regulación intervencionista de los alquileres que medio Gobierno de Sánchez rechaza. Iglesias no ha ganado ninguna batalla al PSOE. Solo ha logrado un plácet virtual de Sánchez durante cuatro meses para que Podemos cultive la demagogia, y al final del proceso de tramitación presupuestaria Iglesias quedará resignado a asumir que probablemente su exigencia no será factible. Ni Europa es partidaria de esa medida, ni conviene al mercado inmobiliario, ni va a impedir un creciente mercado negro que terminará causando un caos en el sector. La Unión Europea tiene trabajo por delante porque avalar estos Presupuestos es creer en una ficción.

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