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Lo que faltaba

Castigar a los dueños de pisos vacíos es un ataque aberrante a la propiedad privada

Luis Ventoso

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A través de un medio afín, el Gobierno de Sánchez ha lanzado un nuevo globo sonda: los propietarios de pisos vacíos serán castigados por el Estado para fomentar el alquiler. De ser cierta tal iniciativa –el Ejecutivo no quiso confirmarla ni desmentirla cuando ayer se lo solicitó este periódico–, estaríamos ante un ataque aberrante a uno de los pilares de nuestra civilización: la propiedad privada. Basta una pregunta sencilla para captar la perversión que anida en tal propuesta: ¿Qué derecho tiene el Estado a señalarle a un individuo lo que debe hacer con un bien que ha ganado con su legítimo esfuerzo, o que ha heredado merced al trabajo de sus antepasados? ¿Quién es el gobernante de turno para entrometerse en el uso de un piso cuyo único propietario eres tú? ¿Puede admitirse en una democracia de libre mercado que el Estado meta su pezuña intervencionista en algo que no es suyo y que está salvaguardado por el Derecho?

El magnífico David Hume, que aunque vivió en el siglo XVIII tal vez era un poco más inteligente, cultivado y moderno que Sánchez, echaba pestes contra ese igualitarismo que fascina a la alianza de izquierdas que hoy dirige España. «Las ideas de igualdad perfecta son extremadamente perniciosas para la sociedad humana», advertía Hume. Y lo razonaba: si se estableciese una igualdad absoluta desaparecería el incentivo para el trabajo y el ahorro, las palancas que hacen prosperar a las sociedades.

Lo que explica Hume lo hemos observado todos en nuestra experiencia cotidiana. Una y otra vez he visto en mi entorno a personas de orígenes humildes que se esforzaron enormemente para convertirse en propietarios. Conozco a un matrimonio coruñés que emigró a Suiza en los años sesenta del siglo pasado, aldeanos valientes que partieron casi con lo puesto. Currando como chinos -o más- lograron comprar un piso en su tierra. Luego lo alquilaron, siguieron ahorrando... Hoy tienen tres. No son plutócratas explotadores. Son personas que se sacrificaron para mejorar sus vidas. ¿Quién es Sánchez para decirles lo que tienen que hacer con sus propiedades? Les asiste pleno derecho a tenerlas llenas, vacías, alquiladas... Lisa y llanamente son suyas, no del Estado. «Dejad que todo el mundo disfrute en paz de lo que pueda adquirir con su fortuna e industria», recomendaba el viejo Hume, «porque la estabilidad en la posesión es absolutamente necesaria para una sociedad». E iba más lejos: «Sin derecho a la propiedad en realidad estaríamos sometidos a la violencia de los otros». Cierto, pues no habría un límite que salvaguardase el perímetro vivencial de nuestro yo.

El PP nació para ser el partido de la clase media y de los propietarios, pequeños y grandes. Pero no los está defendiendo. Decepciona su lánguida oposición ante un Sánchez que comienza a meter su mano fiscal en nuestros bolsillos y que amenaza hasta con intervenir en nuestros pisos. Casado, que fue recibido con justa ilusión, debe empezar a honrar sus altas expectativas y ponerse a hacer lo que tiene que hacer: marcar en serio a este lamentable Gobierno, antipatriótico, mendaz e intrusivo en la privacidad de los ciudadanos.

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