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Falacias antiglobalización

Derecha e izquierda coinciden una vez más por sus extremos al crear la amenaza espectral y apocalíptica de la globalización. Le Pen proclama que Francia debe abandonar la Unión Europea pero no explica qué iba a pasar con los campesinos de la Francia profunda, subvencionados de pies a cabeza por la política agrícola comunitaria. El trotskismo reaparece en París para acabar con todas las ventajas que la economía de mercado ha aportado a las sociedades. Ambos extremos también coinciden a la hora de sentenciar que la globalización deja de forma indeleble un rastro inhumano de pobreza y desigualdad.

A modo de biela ideológica del nuevo pleistoceno, «Le Monde Diplomatique» da por sentado que a más ricos, más pobres, sin aceptar que la riqueza no es un juego de suma cero, salvo si se cree ciegamente en la posibilidad de distribuir riqueza sin antes haberla creado. Con insistir en que la globalización provoca pobreza, el movimiento antisistema configurado en Porto Alegre sienta una premisa para fomentar problemas de conciencia en la mentalidad proglobalización de Davos.

Al practicar un análisis muy preciso de la distribución mundial de ingresos económicos, el profesor Xavier Sala i Martin de la Universidad de Columbia concluye que la pobreza en el mundo ha quedado reducida de forma patente en los últimos treinta años. Existe una hipótesis de diferenciación: la pobreza es algo malo pero la desigualdad en los ingresos económicos no tiene por qué serlo, puesto que una cosa es que empeore la situación de los pobres y otra es que mejore la de los ricos. Otra hipótesis: si un exceso de igualdad de ingresos reduce incentivos, un exceso de desigualdad provoca tensiones sociales e inestabilidad política.

Sala i Martin escoge la vía del agnosticismo y se centra en la observación de flujos estadísticos y en una metodología de rigor matemático. Su largo ensayo llega a la conclusión de que en 1998 hubo entre trescientos y quinientos millones de seres humanos en situación de extrema pobreza menos de los que había en los años setenta. El umbral de la pobreza viene fijado por el dólar o dos dólares por día. A finales de los noventa baja a un 6,7 por ciento el porcentaje de población mundial que en 1970 estaba en el 17 por ciento del límite de la extrema pobreza. Son datos útiles tanto para las asambleas de Porto Alegre como para los coloquios de Davos.

Otra cosa es que se haga caso a las conclusiones del profesor Sala i Martin. En casos similares, acostumbran a privar los intereses ideológicos, como se vio en los instantes cruciales del pasado siglo, especialmente cuando el sistema soviético se desplomaba y todavía había quien negaba la existencia del capitalismo. En realidad, puesto que la pobreza es un dato elemental en los orígenes del mundo, lo más instructivo consistiría en saber de qué modo se ha podido llegar a crear tanta riqueza como para que la reducción de la pobreza en el conjunto del planeta haya sido tan significativa en la década de los noventa.

Ahora estamos ante un escenario muy peculiar si se trata de atender a la realidad de las cifras y no a la emoción de las tergiversaciones. En una primera fase, pudiéramos contrastar ampliamente las conclusiones de Sala i Martin y en una segunda fase a lo mejor llegaríamos a suponer que la globalización es un instrumento positivo a la hora de reducir la pobreza mundial. Son dos fases casi de naturaleza utópica en su formulación porque lo más característico de las falacias -especialmente si se refieren a la economía- es su capacidad de seducir, convencer y arraigar.

vpuig@abc.es

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