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LA TERCERA

España/Europa

«De la España de mi niñez a la de ahora hay un mundo. Puedo asegurarles que en España se vive mejor que en EE.UU. y Alemania. Lo que ocurre es que nos encanta denigrarnos. Y lo peor, que Europa ya no es la que era. Ya no puede ayudarnos, tiene problemas tremendos, como la inmigración, y se ve amenazada por sus enemigos de siempre: el nacionalismo y el extremismo»

Nieto
José María Carrascal

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Es, posiblemente, la frase más conocida y citada de Ortega: « España es el problema, Europa, la solución », con la que concluyó su conferencia en la sociedad bilbaína «El Sitio» el 12 de marzo de 1910. En ella desgrana todo el pesimismo sobre nuestro país que la generación del 98 convirtió en literatura y lanza un grito regeneracionista para sacarlo de su sopor a lomos de la «pedagogía social» que lo aproximara a los grandes países europeos. Ortega era entonces profesor en la Escuela Superior del Magisterio y pensaba que nuestro mayor déficit era la educación. «Escuela y despensa» había recomendado Joaquín Costa. Un siglo más, Ortega se hubiera quedado de piedra al leer en titulares que España «ha salvado» a Alemania al aceptar los inmigrantes que abarrotan sus centros de acogida. Naturalmente, es una exageración periodística. España y Grecia no salvan a Alemania, se salvan a sí mismas pues, de hundirse Alemania o, lo que sería lo mismo, de tener otro gobierno nacionalista, se hundiría la Unión Europea y se acabarían los fondos que ambos países vienen recibiendo, de procedencia germana en buena parte.

Lo que ha cambiado radicalmente es Europa. En 1910 era prácticamente dueña del mundo. Sus colonias se extendían por los cinco continentes y tanto la ciencia como el arte se regían por sus compases. Eran sólo media docena de países, algunos minúsculos, pero amos del planeta . Dos guerras que empezaron siendo europeas y terminaron mundiales acabaron con tal equilibro, convirtiendo Europa en un cementerio y una inmensa ruina, mientras dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, imponían su nuevo orden, o desorden si lo prefieren, pues lo llamaron «guerra fría», repartiéndose Europa. Fue cuando los europeos occidentales -los orientales no podían decidir- acordaron que aquello no podía seguir, que necesitan entenderse con el vecino en vez de pelearse, so pena de convertirse en lo que fueron en su día los imperios asirio o azteca. Y lo hicieron muy bien, uniéndose, dejando a rusos y norteamericanos el pulso militar, que terminó con el triunfo de los segundos y las esperanzas de que la historia se había acabado como los cuentos infantiles, con la victoria de la democracia como forma política y la economía de mercado como norma económica . Pero la historia nunca termina, no en vano a las Parcas que la tejen se las representa como hilanderas de lo eterno. Y surgió un mundo nuevo, globalizado, en el que Europa era un gigante económico y un enano militar, sin poder ni querer participar en el nuevo orden, más bien desorden, pues los conflictos surgían por todas partes, sin que Estados Unidos diera abasto para atenderlos a todos, sufriendo derrotas en los puntos más alejados, Vietnam, Afganistán, Irak, incluso dentro de casa, como el derribo de las Torres Gemelas, y su déficit alcanzaba dimensiones astronómicas. La Unión Europea, en cambio, no hacía más que crecer, al haberse convertido en foco magnético para todos los que huían del hambre, la guerra y las injusticias. La absorción del resto de los europeos fue costosa, pero sin mayores problemas. Los problemas empezaron al llegar refugiados del resto del mundo en tal proporción que amenazan aplastarla, pues Europa, no lo olvidemos, no es un continente: es la península occidental de Asía, y no puede absorber toda ella, más, si se le unen África, el Caribe y, en parte, Iberoamérica. En este sentido, Europa vive unas nuevas invasiones, como el Imperio Romano en su caída, con la única pero importante diferencia de que no vienen espada en mano a caballo, sino en pateras y pidiendo los trabajos que nosotros no queremos y un lecho donde dormir, sabiendo que van a despertar. Algún día abordaré este tema, pues hoy me reclama otro urgente: España y Europa .

Nuestro país fue, por fortuna, colonia de Roma, preclaro, pues le dio incluso emperadores. Y siguió su destino: fue invadida por tribus germanas y asiáticas, tuvo incluso su primer reino propio, el visigodo. Pero la invasión árabe corta su relación con el resto de Europa. España no participa en los grandes eventos de la Edad Media, como la Guerra de los Cien Años o las Cruzadas, porque tiene su propia cruzada para expulsar a los invasores . Son ocho siglos que la marcan -el término cruzada se mantiene hasta nuestra última guerra civil- y el casi simultáneo descubrimiento de América la hacen mirar más hacia el otro lado del Atlántico que hacia más allá de los Pirineos. Es verdad que su pujanza le hace mantener un protagonismo activo en los asuntos europeos, Italia, Borgoña, los Países Bajos, así como en las Guerras de Religión: cerca de Ravensburg encontré las ruinas de un castillo con la lápida «Destruido por las tropas españolas en 1617» y en Holanda solían hasta hace poco amedrentar a los niños diciendo que «venía el Duque de Alba». Pero, en general, a partir de a venturas tan desgraciadas como la de la Armada Invencible, España se dedicó más a conservar su Imperio que a los asuntos europeos , cubriendo sus necesidades con la plata que llegaba de América. Que fuera la madre de la Contrarreforma contra el Protestantismo no hizo más que acentuarlo y ese alejamiento nos impidió participar en la duda cartesiana, la Ilustración, la Revolución Francesa, el mercantilismo y la explosión científica consiguiente, excepto en casos aislados, personales, que dieron pie al famoso «que inventen ellos», que tanto daño nos hizo. Pero también fue creando la conciencia crítica de que teníamos que corregir el camino para que no se cumpliera el dicho de los enciclopedistas franceses «África empieza en los Pirineos». La frase de Ortega con que comenzaba este artículo no es más que producto de ello.

Los hijos y nietos intelectuales de Ortega, que los había en ambos bandos del conflicto civil en que nos debatimos durante todo el siglo XX, no hicieron otra cosa que buscar la plena reincorporación a Europa. No pudo conseguirse hasta que el régimen nacido de ese conflicto dio paso a una democracia, todo lo imperfecta que suelen ser e incluso un poco más por la falta de experiencia, pero sin duda alguna democracia. Y hay que decir que Europa nos acogió con generosidad e incluso entusiasmo. Por su propio bien, pues los vecinos ya no son enemigos, sino amigos, como comprendió Francia con el terrorismo etarra. El resultado han sido los 40 años mejores de nuestra historia moderna: de la España de mi niñez a la de ahora hay un mundo . Puedo asegurarles que, en términos generales, en España se vive mejor que en Estados Unidos y Alemania, y la mejor prueba son los europeos que nos visitan y los que eligen vivir aquí. Lo que ocurre es que nos encanta denigrarnos. Y lo peor, que Europa ya no es la que era. Ya no puede ayudarnos como lo ha hecho hasta ahora, tiene problemas tremendos, como la inmigración, y se ve amenazada por sus grandes enemigos de siempre: el nacionalismo y el extremismo. Sólo con el esfuerzo de todos podrá vencerlos. La frase de Ortega habría que corregirla ligeramente: « Europa es el problema, la Unión Europea, la solución ». ¿Seremos capaces de mantenerla?

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