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La España que no importa

Dicen apoyar a la España vacía y escuchar sus lamentos mientras pretenden quitarle peso e influencia en el Congreso

Ignacio Camacho

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Saben que están ante su penúltima oportunidad y que de desperdiciarla quedarán condenados. A la despoblación, a la soledad, al aislamiento, al desamparo, a la definitiva extinción de un modo y de un medio de vida que lleva décadas agonizando. Por eso ayer desfilaban por ... Madrid bajo la tardía lluvia de marzo buscando la manera de que la España urbana se digne concederles un poco de atención y de espacio. Es ahora o tal vez nunca porque estas elecciones se van a decidir en esos territorios ya casi abandonados, en las circunscripciones rurales que se reparten un centenar de escaños y donde vuelve a escenificarse la disputa del voto del señor Cayo. Si será antiguo el drama que la novela de Delibes tiene ya cuarenta años y aún resulta actual la historia de los candidatos que recorren las tierras semideshabitadas de Castilla para granjearse la confianza de unos pocos ancianos. Porque prácticamente nada ha cambiado; al contrario, la crisis ha envejecido aún más las comarcas interiores y ha acentuado su invierno demográfico. Y aunque las capitales de provincia se hayan modernizado, aunque la agricultura haya vivido un proceso de reconversión eficaz y rápido, el eje político y social de la democracia continúa sin pasar por el campo. Eso significa que se desmorona el empleo, que desaparecen las oportunidades, que se deterioran las infraestructuras y que, en definitiva, salta en pedazos el marco de un país teóricamente igualitario. Que fuera del litoral y de las grandes ciudades se agrieta la cohesión real de los ciudadanos.

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