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El esfuerzo socialista

DEBE reconocerse que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero trabaja con denuedo por disminuir su presencia, cualitativa y cuantitativa, en todas las circunscripciones autonómicas. También en el ámbito del Estado, pero ahí se advierte con menor intensidad porque a Mariano Rajoy -tan cansando, tan cauto- le falta el instinto que convierte en grandes a los líderes y la capacidad de engrandecer de un mismo modo los logros propios que los deméritos del adversario. En todas las autonomías clásicas del poder socialista, sin excepciones, flojea el ánimo de sus votantes más acendrados. Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha resultan paradigmáticas del adelgazamiento de las expectativas del PSOE y las circunstancias ambientales, desde el paro al déficit público, no propician una recuperación que pueda cortar la sangría antes de que lleguen los próximos comicios autonómicos.

En Cataluña, donde esos comicios serán en otoño, el pronóstico es todavía más negro para los adoradores del puño y la rosa. El pasado domingo, La Vanguardia publicaba una encuesta de Noxa, dirigida por Julián Santamaría -el mejor acaparador de aciertos en las predicciones demoscópicas de los últimos años-, en la que se le vaticina al PSC la pérdida de cinco escaños y a ERC, de diez. Eso es tanto, en paralelo con el incremento que se observa en CiU, como pronosticar que el Govern pasará a manos de Artur Mas, solo o en compañía de otros. Si la necesidad y las circunstancias hacen que «el otro» sea el mismo PSC, mal asunto para el PP en su batalla nacional; pero si el PP fuera capaz de, en renuncia dogmática y finura estratégica, entenderse con sus próximos el problema sería para un Zapatero al que sostienen catalanes y andaluces.

En ese paisaje, no está mal que Esperanza Aguirre haga alardes sandungueros propugnando la «rebelión» ante la próxima e inoportuna subida del IVA con la que la torpeza gubernamental agravará un mal que pretende curar. No es serio hablar de rebelión desde un poder del Estado; pero es lo que se lleva y, dada la pertinaz escasez del sistema educativo, el que quiera ganar unas elecciones debe bajar mucho el nivel intelectual de su discurso para sintonizar con sus posibles votantes. De lo que habrá que hablar, y muy en serio a la vista de muchas de las partidas del gasto público español, es de una objeción de conciencia fiscal, pero esa es otra historia.

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