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La enfermedad del olvido

CUANDO la niebla de la muerte y del alzheimer empieza a envolver a los padres constitucionales -Cisneros, Solé Tura, Suárez- y a proyectar sus perfiles como estatuas senatoriales recortadas contra el horizonte brumoso de la Historia, la reivindicación de aquel tiempo fértil de grandeza creativa ... y concordia civil que fue la Transición se vuelve una necesidad inapelable para refrescar la atmósfera de una política envilecida por el sectarismo y degradada por la mediocridad. La desaparición paulatina de los protagonistas de la refundación democrática nos interpela desde el corazón de la memoria sobre la lealtad colectiva con que administramos su herencia de generosidad moral y compromisos de Estado, a punto de convertirse en un legado de cenizas aventadas por la desconfianza, la frivolidad y el olvido. La vigencia de la Constitución del 78 no significa sólo la clave de una larga estabilidad y un sólido marco de libertades, sino la permanencia de un aliento democrático y una voluntad plural capaces de aherrojar los viejos demonios cainitas del rencor y la sangre, responsables de tantos recurrentes desengaños.

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