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Editorial

Sin motivos para la euforia

España no crece el 6,5 por ciento, como dijo el Gobierno, sino el 4,5, y el Banco de España niega que en 2022 el PIB vaya a subir un 7. La pregunta es por qué se empeña La Moncloa en engañarse

Editorial ABC

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La infravaloración constante que hace el Gobierno de cada previsión económica que hunde sus expectativas de crecimiento, o su visión de la inflación, se ha convertido ya en una mala costumbre. Ayer fue de nuevo el Banco de España quien asestó un golpe frontal al triunfalismo con el que los ministros se afanan en ofrecer una visión deliberadamente distorsionada de la realidad. El Gobierno se ha empeñado en que los españoles vivamos en una sugestión permanente, como si los bolsillos fuesen insensibles a lo que ocurre. De momento, el anuncio del Banco de España es que cerraremos 2021 muy por debajo de los cálculos que en su día hizo La Moncloa: el PIB crecerá un 4,5 por ciento, 1,8 puntos por debajo de las estimaciones anteriores del propio Banco de España, y dos puntos menos del 6,5 que la vicepresidenta Nadia Calviño aventuró. Para 2022, el panorama no es más halagüeño, ya que frente al 7 por ciento que dice el Gobierno que crecerá la economía, la entidad emisora rebaja esa estimación hasta el 5,4. El frenazo, en comparación con las expectativas del resto de Europa, es elocuente. Si a ello se suman, por un lado, una reducción sustancial del consumo, fruto de la desconfianza que siguen generando la salida de la pandemia y la debilidad de muchas empresas, y por otro, un retraso en la llegada de los fondos europeos, el resultado solo puede ser desesperanzador.

Igual de grave es el desmontaje que hace el Banco de España de ese mantra retórico creado por el Gobierno de que la inflación es coyuntural y por tanto pasajera, y de que en primavera no habrá ya ni rastro de este rebosamiento del IPC. O sea, del nivel de vida y los precios. Este año concluirá con una inflación media del 3 por ciento. Y el año que viene esa cifra crecerá hasta un preocupante 3,7. No es ninguna novedad que España es un país ultradependiente del exterior y sometido al vaivén que sufren los precios de la energía. Pero no son solo la luz, el gas o los combustibles los que están en precios históricamente altos. Y tampoco son solo los alimentos. También están creciendo los precios de modo inusual en el sector servicios, lo que demuestra que la inflación subyacente, esa a la que se aferra el Gobierno para negar el carácter estructural del proceso inflacionista, ha empezado asimismo a influir en el bolsillo. Es cierto que la previsión del Banco de España apunta a que el IPC se irá moderando a lo largo de 2022, hasta llegar al 1,2 en 2023. Pero en el corto plazo, el dato es demoledor y su efecto arrastre durante todo el año que viene nos va a empobrecer muchos meses más.

Pocos analistas conceden ya credibilidad al Gobierno, y es difícil explicarse por qué el discurso oficial de Pedro Sánchez sigue siendo tan eufórico e irreal. Si alguna lección dejó la gestión política que hizo el expresidente Rodríguez Zapatero entre 2008 y 2010 negando la gravedad de la crisis, aventando ‘brotes verdes’ que solo él veía y disparando el déficit y la deuda, es que la mentira termina castigando a quien la cultiva. Sánchez está empecinado en lo mismo. Pero negando la evidencia solo genera más rechazo y desconfianza. Si los Presupuestos Generales que tantos abrazos y sonrisas provocan entre Sánchez y sus socios parlamentarios están basados en un crecimiento del 7 por ciento que nadie más pronostica, sus cuentas para 2022 son ya, sin siquiera haberse estrenado, papel mojado. ¿Por qué se engaña entonces?

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