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Objetivo, convulsionar Madrid

Iglesias abandona el Gobierno en un ejercicio de supervivencia personal para evitar el final de Podemos y, sobre todo, para comprometer en última instancia la legislatura de Pedro Sánchez

Editorial ABC

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Después de que la semana pasada Inés Arrimadas diese un manotazo al tablero político fallido para Ciudadanos, ahora ha sido Pablo Iglesias quien ha decidido convulsionar la legislatura de modo virulento. El líder de Podemos se superó en frivolidad, abandona el Gobierno y encabezará la candidatura más extremista en Madrid. En términos de estabilidad, las consecuencias son imprevisibles porque estamos ante el Iglesias más impulsivo y superficial. Pero no es difícil descifrar que pretende dinamitar por partes al Gobierno en plena pandemia, romper la deriva agónica de Podemos, golpear al PSOE allí donde carece de liderazgo, y resucitar la guerra ideológica con la que llegó al poder.

En la decisión de Iglesias confluyen varios factores. Por un lado, es un intento desesperado de rescatar a Podemos de su desmembración porque hace tiempo que dejó de ser un proyecto político para convertirse en un cortijo. Por otro, pretende erigirse en el superviviente de la izquierda en Madrid, donde las encuestas condenan a la irrelevancia al PSOE y a Podemos frente a una abrumadora mayoría del PP. En las decisiones de Iglesias hay mucho de búsqueda obsesiva de supervivencia personal, pero también de reacción espasmódica: Sánchez creía haber anulado a la derecha para lustros, pero la torpeza de Ciudadanos y la pretensión del PSOE de reducir a Podemos a un partido residual han forzado a Iglesias a una solución extrema. El mensaje que envía a Sánchez es sintomático de que su mandato puede tambalearse una vez que, con Ángel Gabilondo, el PSOE renuncia a dar la batalla al PP. Es un contragolpe del Iglesias más iluminado para sacudir la política y debilitar a Sánchez.

Sin embargo, nada hay de sacrificio personal en Iglesias. Al revés. Su afán de notoriedad es obsesivo. Es de esos políticos que cree que sin él, España no merece existir. Por eso inicia un proceso de reinvención con un infantilismo desestabilizador. Solo pretende desatar una confrontación polarizada en España para cultivar su egolatría, y que el proceso concluya con un simulacro de censura contra Sánchez. A fin de cuentas, va a hacer la oposición al PSOE con Podemos incrustado dentro del Ejecutivo con el mensaje de que ni Sánchez ni sus candidatos son útiles para combatir a una derecha rearmada. Iglesias se suma así a la tesis de que Madrid será un plebiscito contra Sánchez del que quiere sacar tajada. Esta es la política-ficción que sufren los españoles, e Iglesias tiene más de guionista de tramas rupturistas que de servidor público. Solo se sirve a sí mismo, como si la política fuese un juego de intrigas para saltar de una plataforma de poder a otra sin importarle nada, nadie, ni cómo. Es la consecuencia de un relativismo repleto de inconsciencia que nació en platós de televisión creando salvapatrias en permanente fase de autopromoción, y no líderes solventes.

Sin embargo, su ajuste de cuentas con Sánchez por haber girado inútilmente hacia Ciudadanos no significa que Podemos renuncie al revanchismo. Al contrario. Reaparecerán el Iglesias más destructivo y el pancartero incombustible de cacerola y cal viva. Su objetivo es convulsionar la calle, recuperar la amenaza de una ‘alerta antifascista’ y generar una agitación radicalizada. Su estado natural es la barricada, el guerracivilismo incendiario. Iglesias no se siente cómodo en la política constructiva. No es un gestor, sino un revolucionario venido a menos acuciado por la corrupción e incapaz de entender España, y por eso opta por encender el odio para atraer votos. Su apuesta, en cualquier caso, es tan arriesgada como inmadura porque su idea de presentar los comicios como una dualidad entre Iglesias y Ayuso, con el PSOE fuera de juego, puede convertirse en un referéndum contra el Gobierno que eclosione en el voto útil de la derecha en torno al PP. Más aún, Iglesias se ha autoproclamado candidato sin primarias, con ese supremacismo prepotente que le caracteriza, y despreciando a Íñigo Errejón, a quien ha planteado la absorción de Más Madrid como un trágala, sin más.

Se impone también una reflexión crítica sobre los partidos de la ‘nueva política’ en vista de la degradación de Podemos y Ciudadanos. No gobiernan, solo acaparan poder. La reivindicación del bipartidismo clásico se convierte así en un mal menor mucho más pragmático para España que el aventurerismo de políticos coyunturales y advenedizos. Y no solo está en juego Madrid. De su resultado dependerá si Sánchez queda en minoría y se ve forzado a convocar elecciones generales. ¿Qué sentido tiene si no que Iglesias lo avanzase ayer designando ya como candidata a Yolanda Díaz? Todo es imprevisible.

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