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EDITORIAL

Las fronteras líquidas de Europa

Los gobiernos europeos tienen que romper las inercias de sus formas de enfocar la integración de Europa en una entidad que debe ser fuerte y respetable frente a sus adversarios

Editorial ABC

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Europa está sufriendo una presión fronteriza que amenaza de forma real y grave su estabilidad interna y su seguridad colectiva. Su fragilidad frente a políticas exteriores agresivas es creciente y demuestra que Bruselas no ha generado una estrategia integral para la protección de los intereses europeos. Toda una amalgama de autócratas pone en jaque la Unión Europea cada vez que pretenden mejorar sus acuerdos comerciales o recibir más fondos o, simplemente, ampliar su área de influencia política. No es tampoco una situación nueva para Europa, enfrentada históricamente a que sus amenazas provengan del sur y del este. Por eso no tiene justificación que los responsables de la Unión Europea siempre vayan por detrás de los acontecimientos y, cuando estos se producen, se queden girando como una peonza sobre sus vacilaciones y dudas.

Las crisis en la frontera de Polonia con Bielorrusia, o en la de Grecia con Turquía y en la de España con Marruecos no son anecdóticas, sino expresivas de una situación anómala que Europa debe abordar con firmeza. En todos estos casos, los inductores son gobernantes autócratas que no dudan en utilizar las vidas de decenas de miles de personas para forzar el sentimiento humanitario de los europeos frente a sus responsabilidades con la integridad fronteriza y la seguridad interna. La inacción de Bruselas alimenta la osadía de unos gobernantes que ven a Europa como un gigante debilitado por la falta de acuerdos en materia de seguridad, defensa e inmigración. Hasta el Reino Unido, pese a su Brexit, se enfrenta a un flujo continuo de inmigración ilegal. A estos factores de inestabilidad, el dictador bielorruso, Lukashenko ha añadido la amenaza de cortar el suministro de gas ruso, desafío al que se atreve porque cuenta con el respaldo de Vladímir Putin, cuyo sello también se ha estampado de nuevo en los Balcanes con unas maniobras conjuntas con Serbia, que han despertado justificados temores en Bosnia. En este contexto, cobra también todo su sentido la misión de la OTAN en Letonia, para disuadir a Rusia de posibles conflictos fronterizos. Europa es el objetivo de estrategias que convergen en una táctica común: presionar sus fronteras con la inmigración, fragmentar a los países europeos y poner precio a su seguridad. Es el chantaje de esta nueva modalidad de conflicto, llamada ‘guerra híbrida’, en la que las agresiones no son principalmente armadas, sino humanitarias, energéticas e informáticas, porque no hay que olvidar los ataques cibernéticos a Estados europeos que diversos servicios de inteligencia atribuyen a Rusia.

Los gobiernos europeos tienen que romper las inercias de sus formas de enfocar la integración de Europa en una entidad que debe ser constructiva, fuerte y respetable frente a sus adversarios, que son muchos y muy determinados a consolidarse a costa de los intereses del Viejo Continente. La idea de que las democracias europeas deben funcionar como ONG cada vez que se les presenta un problema migratorio debilita su capacidad de respuesta frente a los impulsores de estas tácticas inhumanas y compromete su seguridad interior. No es razonable que, ante la intensidad de las amenazas exteriores, los gobiernos europeos no asuman de una vez su obligación de adquirir una fuerza militar disuasoria. Es posible que la UE tenga que empezar a comportarse de forma ‘antipática’ frente a quienes están empujando en las fronteras, amenazando con el gas o allanando sus redes cibernéticas. La alternativa es contemplar cómo las fronteras de Europa se van licuando para satisfacción de quienes, por ensoñaciones imperialistas o religiosas, creen que, efectivamente, vivimos en un continente viejo.

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