Pasiones nobles

Por más que la razón nos asista, siempre necesitaremos un signo, una emoción o una causa para hacernos mejores

Las pasiones políticas tienen una mala fama que no merecen. El ascenso de los populismos y el abuso de la sentimentalidad ha obligado a no pocas personas cabales a reivindicar una política serena o incluso apática. La apuesta por la racionalidad y la moderación ha ... concedido un prestigio exagerado a los discursos flemáticos y ante los abusos del parvulario emocional hemos olvidado que, sobre todo en política, existen y se necesitan pasiones nobles. La compasión, el amor a la verdad, la justa indignación o incluso la misericordia son ejemplos de ello.

Aristóteles analizó con precisión el papel de las emociones en los discursos públicos y su maestro Platón supo reconocer la existencia de pasiones útiles para la práctica de la virtud. El liberalismo clásico, hijo de la tradición ilustrada, fue siempre consciente de la utilidad de los sentimientos morales e incluso en sus primeras etapas fue pródigo en el alumbramiento de ritos y figuras sobre las que descansar nuestros afectos.

Ahora que andamos enredados con las definiciones patrias, merecería la pena retomar una idea tan simple como cierta. Una nación, sobre todo, es una pasión compartida. Tal vez por ello, tanto el sano patriotismo como el nacionalismo más salvaje se interesaron siempre por la utilidad política del arte. Aunque algunos formalistas crean que son las leyes y el BOE los escritos que construyen nuestra comunidad, es obvio que el único texto que inspira a España es el Quijote, que más que una novela es una constitución sentimental.

Sólo las pasiones nos mueven. Y aunque sobre ellas se construyeron regímenes totalitarios, también desde ellas se puede defender la democracia. Lo contrario de una emoción injusta y desmesurada no es un razonamiento asépticamente informado, sino una pasión noble y exacta. Sin pasión no habría existido el fascismo pero no es menos cierto que sin una premisa emocional ningún joven americano se habría atrevido a poner sus botas sobre la playa de Omaha. Así somos los humanos. Por más que la razón nos asista, siempre necesitaremos un signo, una emoción o una causa para hacernos mejores.

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