Nihilismo liberal
La mejor reivindicación de un derecho es siempre la que se realiza en nombre de los otros y para los otros
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El nihilismo ha cambiado de bando y puede que este sea el motivo por el que la tradición liberal se encuentra hoy amenazada. Nos alertamos del avance de propuestas populistas, pero hemos renunciado a ejercer lo único que se esperaría de nosotros: una mínima autocrítica. ... Decir que la culpa es de los otros, del árbitro, del profesor que nos tiene manía o de la meteorología es lo que hacen los perdedores un minuto antes de caer.
La dimensión más ambiciosa de la tradición liberal encontró en el republicanismo cívico un precedente directo. La libertad no era simplemente un recurso protectivo del individuo frente al tirano, sino que se distinguía por ser una ocasión para la virtud. Cuando John Milton defendió la libertad de prensa en 1644 no lo hacía invocando la no injerencia de un tercero sobre sus ideas, sino que asumía que la libertad para pensar, escribir e imprimir era un ingrediente imprescindible para construir una comunidad más próspera y justa.
Cada vez que los liberales reducimos la causa por la libertad a una mera independencia frente a la comunidad, en cada ocasión en la que banalizamos el liberalismo hasta reducirlo a un mero ‘laissez faire’, estamos olvidando la obligación que acarrea ese derecho: la necesidad de hacer un uso diligente y responsable de esta libertad proponiendo modelos e ideales de vida que puedan servir para apuntalar nuestra humana dignidad. Si el liberalismo se redujera al eslogan de ‘prohibido prohibir cosas’, habría cabido en una nota.
Pero no. El pensamiento liberal se construyó sobre intuiciones nobilísimas y complejas desarrolladas por autores de la talla de John Stuart Mill, Alexis de Tocqueville, Raymond Aron o Judith Shklar. Y, pese a todo, cada vez con más frecuencia se encuentra reducido a una apología de la vacuidad y a una defensa del peor individualismo. La libertad no puede defenderse como un fin absoluto si no estamos dispuestos a actualizar sus paradojas, sus compromisos y sus matices.
La mejor reivindicación de un derecho es siempre la que se realiza en nombre de los otros y para los otros. Tal vez por eso, los autores más finos y sensibles de esta tradición supieron asumir que no existe libertad alguna ni en la miseria ni en aquellas circunstancias sobre las que no cabe construir un posible ideal de vida.
Si quienes defendemos la democracia liberal renunciamos a proponer valores reconocibles y sólidos, no podremos extrañarnos al ver cómo nuestros jóvenes se lanzan en brazos de causas pintorescas, absurdas y hasta destructivas. Estos proyectos les brindan algo tan imprescindible y fundamental como una comunidad. Y quienes quieren enfrentar el proyecto liberal con lo común están renunciando a la defensa de algo tan posible y tan deseable como una comunidad de mujeres y hombres verdaderamente libres.
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