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Editorial ABC

Deslealtad para dañar al PP

Con su fuga Garrido retrata su incoherencia, pero también lo hace Rivera con sus fichajes «estrella» de PP y PSOE, meros golpes de efecto a la desesperada que dilapidan su canto a regeneración política

ABC

El sorpresivo fichaje del ya expresidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, por parte de Ciudadanos convulsionó ayer el panorama político a cuatro días de las elecciones generales. Garrido, que en primera instancia apoyó a María Dolores de Cospedal en las primarias del PP, y después a Soraya Sáenz de Santamaría, nunca contó para el nuevo PP de Pablo Casado. Solo los meses de un eficaz servicio a su partido como sustituto de Cristina Cifuentes, y su sobrevenida lealtad a Casado, al que pidió reiteradamente sin éxito concurrir como candidato en las elecciones autonómicas, le valieron un puesto de escaño asegurado en la lista europea del PP. Sin embargo, Garrido ha negociado en secreto con Ciudadanos con el carné del PP aún en el bolsillo. Sin duda, ha sido un eficaz gestor y ha acumulado méritos suficientes como presidente de una Comunidad convertida en el motor económico de España. Pero este gesto inopinado de abandono del PP por la puerta de atrás, con aires de vendetta y rencor acumulado, es representativo de la cara más agria de la política y solo puede ser interpretado como una traición alevosa porque ya había aceptado conformar la lista europea popular. Moralmente debió rechazarlo si tenía claro que su futuro estaba en el partido de Albert Rivera.

Para anunciar el fichaje, Garrido y Cs han escogido el momento que más daño pudiese causar a Casado, aunque está por ver que realmente tanto él como su nuevo partido salgan beneficiados. Garrido es un solvente servidor público, pero nunca fue un líder carismático con acreditada capacidad para arrastrar masas a las urnas. Además, la hemeroteca es demoledora. Si su premeditada fuga se debiese a un legítimo proceso de evolución ideológica personal, podría tener sentido. Pero no es así. Hace muy poco, Garrido dijo que Cs es el partido de la «extrema nada», y que solo sabía «naufragar en su indefinición ideológica» pues era «el tonto útil de la izquierda». Sin embargo, ahora sostiene que es el único proyecto en el que se siente «cómodo». Como mínimo es extraño e incoherente. Como máximo, bastante cínico y poco creíble, porque si antes Cs era un partido que acusaba a Garrido de representar «al partido más corrupto de España», ahora resulta ser «el que mejor representa el centro liberal y la moderación». Garrido se ha retratado a sí mismo con su concepto de la congruencia. Pero también lo hace Rivera con sus fichajes «estrella» provenientes de PP y PSOE, porque no dejan de ser golpes de efecto arriesgados que dilapidan su concepto de regeneración política. Fichar a candidatos procedentes de partidos que Cs desprecia supone una bofetada a sus propias bases. Como lo han sido las chapuceras primarias sospechosas de manejos inmorales y pucherazos. La deslealtad y el oportunismo en política son malos consejeros.

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