El demiurgo
El estado de la Nación es de extrema postración. Lo percibe así, incluso según el CIS, una mayoría muy amplia de españoles. Entonces, ¿para qué debatir lo que ya se sabe? Pero aunque no fuera así, aunque se detectaran de verdad esas «pequeñas manchas verdes» ... de las que hablaba Elena Salgado, ¿alguna vez un debate se esa naturaleza ha servido para diagnosticar el estado de la nación y procurarle remedios?
Podríamos consumir horas debatiendo las propuestas de unos y otros, y perderíamos el tiempo. Media hora y una dosis moderada de buena fe bastarían a todos para acordar un programa medidas paliativas para ahora y de reformas para después. Lo que se discute es el liderazgo para llevarlas a la práctica. Algunas de las propuestas estrella de Obama han sido contestadas desde el neokeynesianismo (su plan de rescate financiero por Krugman) o desde la ortodoxia (su programa energético por Samuelson), pero todos reconocen al nuevo presidente el liderazgo para salir de la tormenta, con las medidas que él propone o cualquier otras. En España, a pesar de que se sigue defendiendo con dentelladas impropias de un líder democrático («No tienen interés en salir de la crisis, sólo en aprovecharse de ella»), Zapatero perdió hace tiempo incluso el beneficio de la duda.
El presidente adelantó este debate para recuperar la iniciativa perdida tras su derrota en Galicia. Cree tanto en sí mismo y en la capacidad demiúrgica del poder que se ve capaz de modificar el rumbo de la historia desde la Moncloa. Habría que cribar las hemerotecas para encontrar un debate parlamentario que haya alterado el curso de los ríos. Pero Zapatero tiene otro don: el de olvidar al instante la inanidad de sus actos de voluntad. Un día confesó a unos periodistas su fe ciega en que ganaría la alcaldía de Madrid, «pusiera a quien pusiera». Pero cuando se le recuerda, no deja de sonreír. Confiado en su sino, como siempre.
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