La culpa metafísica
La cuestión de la culpa es uno de los motores del progreso moral
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Iniciar sesiónUna película que aconsejo ver en estas Navidades es el Lector . Hace reflexionar sobre la cuestión de la culpa (no en el sentido religioso de pecado, sino en el sentido filosófico) pues, como se verá en este artículo, es uno de los ... motores del progreso moral.
La película se inspira en la noción de la culpa metafísica (también denominada culpa universal) de Karl Jaspers , uno de los mejores pensadores del siglo pasado. La culpa universal es la que se siente cuando tenemos conocimiento o testimonio de un mal cometido contra otras personas con las que no tenemos un lazo estrecho (sanguíneo, de vecindad, de amistad, etc.). Tal sentimiento de culpa metafísica dimana del deber que tenemos para con todo miembro del género humano en virtud de los vínculos invisibles que nos unen (algo que hoy ha probado también la ciencia: las neuronas espejo crean un vínculo que nos enlaza unos a otros ): “hay una solidaridad entre hombres como tales –dice Jaspers en la magnífica traducción de García Cuartango – que hace a cada uno responsable de todo el agravio y de toda la injusticia del mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia o con su conocimiento”.
En efecto, cuando tenemos conocimiento, por ejemplo, de la muerte de unos inmigrantes que llegaban en patera al mar de Alborán nos sentimos también culpables, bien que no en el mismo grado que otros con mayor capacidad de intervención. ¿Por qué? Por ese lazo de carácter ontológico que une a todos los humanos.
Este sentimiento de culpa desenmascara una de las mayores falacias que solemos usar para justificarnos nuestras actitudes éticas inadecuadas; a modo de ejemplo: “no hago todo mi esfuerzo en actuar éticamente en este asunto porque sé que, de todos modos, mi acción aislada no resolvería el problema de conjunto”. “No voy a molestarme en verter este plástico al contenedor de reciclaje, porque ello no va a impedir que la temperatura del planeta suba los próximos años”; o “no voy a pagar el IVA de esta factura porque su liquidación no va a resolver el problema del déficit de mi país”, etc.
El efecto de todos y cada uno de los aparentemente insignificantes actos singulares del día a día tiene, en términos ontológicos, una dimensión universal, no singular. Pues la realización de cada acto particular cubre todo el universo de posibilidades que humanamente dicho acto encierra en la circunstancia concreta en que se lleva (o no) a cabo. Mi acto (o inacción) singular, si provoca un mal para otros humanos, aunque anónimos, tiene un valor universal porque, en esa concretísima situación particular, sólo yo puedo llevar a cabo esa acción singular, singularísima.
Somos culpables universales de una forma similar al modo en que cada uno de los votantes de unas elecciones se siente responsable del conjunto de los resultados de las mismas
Somos culpables universales de una forma similar al modo en que cada uno de los votantes de unas elecciones se siente responsable del conjunto de los resultados de las mismas a pesar de que su voto suponga un porcentaje ínfimo, próximo a cero, de la cifra total de las papeletas depositadas. ¿Por qué? Debido a que cada uno de los votos singulares constituye el ciento por ciento de las posibilidades que posee un votante singular; a saber: la cifra uno; un voto.
Aunque no sea autor o coautor, material o indirecto, de una injusticia o mal cometido a personas desconocidas por mí, me siento culpable de ello en un modo metafísico; una culpa distinta al sentimiento de culpa moral; distinta a la culpa legal; y distinta, también, a la culpa social (política). ¿Por qué? Debido al hecho de que “no arriesgo mi vida para impedirlo –escribe Jaspers– sino que me quedo como si nada. Cuando la suerte no nos ahorra esa situación, llegamos como hombres al límite en el que tenemos que elegir: o arriesgar la vida sin condiciones, inútilmente, puesto que no hay perspectivas de éxito o, habiendo alguna posibilidad de éxito, preferir conservar la vida”.
El peso aritmético de una acción en el conjunto de un problema influye en que sintamos o no culpa sólo en términos morales, sociales o legales, pero no en el caso del sentimiento de culpa metafísica. Ésta surge siempre, aunque el acto, cuya no realización genera la culpa, no hubiera cambiado nada; siempre que el sujeto haga introspección y reflexione en solitud –como dice Arendt , discípula aventajada de Jaspers.
En el caso de las situaciones en que nuestra acción sí puede cambiar la marcha de los acontecimientos, la inacción o mala acción genera culpa moral (previa a la metafísica) si no intentamos todo lo que humanamente esté en nuestras manos. Como dice Eugenio Trías , no somos ni podemos esperar ser posthumanos o dioses. En consecuencia, el deber moral (distinto del metafísico) se restringe a lo que nuestra biología, física y psicología nos permita en cada circunstancia. El discernir si estamos usando o no, en cada caso, la totalidad de nuestras humanas capacidades corresponde a nuestra conciencia (en el caso de los cambios imposibles, que generan culpa metafísica, corresponde a Dios, según Jaspers).
A modo de ejemplo, yo no tengo la capacidad física, fáctica, de llegar a esa patera en medio del mar y alimentar, curar o sanar a tales inmigrantes, pero sí que puedo agotar el ciento por ciento de las acciones de las que humanamente soy capaz al respecto; verbigracia, pagar honradamente mis impuestos para que el Estado pueda acaso disponer de mayor capacidad de absorción de la inmigración; opinar, en mis conversaciones sociales, de un modo integrador, inclusivo y solidario sobre la crisis migratoria que azota a Europa, para concienciar, así, un poco más la opinión pública; o aportar las ayudas económicas o de voluntariado que humanamente pueda.
@ArashArjoma es filósofo y profesor de la EUSS (UAB)
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