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¿La culpa? Del Estado

Nos resistimos a admitir que algunas cosas no pueden arreglarlas los gobiernos

Luis Ventoso

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Los europeos vivimos tan bien, gozamos de tanta seguridad y protección social, que tendemos a creer que en todo el planeta ocurre algo similar. Salir de cumbia y poder atravesar caminando el centro de Madrid o Londres a cualquier hora de la madrugada sin temor a que te asalten es una conquista enorme, algo que sucede en muy pocos lugares del mundo y que no siempre fue así. Pero se trata de un logro tan cotidiano que ni siquiera lo apreciamos. Si te tomas un café en una terraza de una ciudad española junto a un visitante de la América hispana percibirás que mientras tú reposas tu móvil en la mesa sin reparar en la acción, el hispanoamericano guardará el suyo cautelosamente. Incluso le llamará la atención tu irresponsabilidad, porque en su país la probabilidad de que irrumpa un mangui y te guinde «el selular» es alta.

El resultado de nuestro fabuloso progreso es que los europeos, y muy acusadamente los españoles, hemos bajado la guardia de la responsabilidad personal, la autodefensa, la precaución. Nadie es responsable de nada a título particular y si pasa algo desgraciado, las quejas se dirigen al minuto contra el Estado. ¿Cómo no me avisó el Gobierno? ¿Dónde estaba el Gobierno? ¿Cómo no evitó el Gobierno que un maquinista imprudente, que además iba hablando por el móvil, tomase a 179 kilómetros por hora una curva de máximo 80, provocando un espantoso accidente ferroviario? ¿De quién fue la culpa? Huelga decirlo: del Gobierno. Si te pones hippy y te lanzas a recorrer la India «más auténtica» de mochilero es relativamente común pillarse una diarrea épica, o algo peor. Si te da el rapto cooperante y te marchas sin preparación alguna a hacer de voluntario en Afganistán, entra dentro de lo probable que tengas un disgustillo con los talibanes. Si eres un periodista en paro, sin un medio que te apoye, no es una gran idea ignorar todo consejo e irte de free-lance a tu aire a las zonas de Siria controladas por Daesh. Como contribuyente, me he preguntado alguna vez por qué los españoles no tenemos derecho a conocer los millones que ha pagado el Estado para rescatar a tan intrépidos... irresponsables (recibidos luego como héroes). Si en plena alerta meteorológica unos amantes de la montaña trepan a donde no deberían subir y acaba sacándolos del atolladero un helicóptero de rescate; ¿ha creado el Estado esa situación de peligro? Si a una turista alemana, como pasó hace un par de años en Galicia, le da el punto de hacer «senderismo» por el litoral más rocoso, batido y solitario de la Costa da Morte y se extravía; ¿tiene sentido que una vez rescatada acabe exigiendo responsabilidades a la Xunta por no señalizar los acantilados?

El Estado está para lo que está: garantizar el orden público, el imperio de la ley, la estabilidad de las arcas nacionales y los elementales servicios sociales. Pero no está para cepillarnos los dientes, atarnos los cordones de los zapatos, regular nuestra vida de alcoba y fijar por ley cómo debemos interpretar la historia.

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