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La conciencia desgraciada del PP

El PP no ha logrado superar esa necesidad de redención que le ha humillado frente a una izquierda que siempre ha esgrimido su superioridad moral

Pedro García Cuartango

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La campaña para elegir líder en el PP ha servido para demoler uno de los mitos más afianzados en el partido: el de la unidad. Aunque a lo largo de estas semanas no han quedado claras cuáles son las diferencias ideológicas entre Soraya y Casado, sí hemos podido constatar la existencia de antagonismos personales y de una cruda lucha por el poder. En resumen, lo mismo que sucedió en el PSOE entre Pedro Sánchez y Susana Díaz.

A estas alturas no cabe sorprenderse de que ninguno de los dos candidatos a sustituir a Rajoy haya sido capaz de explicar su proyecto político porque el PP como el PSOE se han convertido hace mucho tiempo en maquinarias de poder donde se pugna en torno a eslóganes sin un serio debate de ideas.

Ha habido, sin embargo, en esta campaña un rasgo específico que caracteriza la acción política del partido de la calle Génova y que, siguiendo la metáfora de Hegel, podríamos llamar una conciencia desgraciada. Esa conciencia es la inferioridad moral de la derecha, profundamente arraigada en el PP, que todavía siente la necesidad de una legitimación que la izquierda se arroga desde el comienzo de la Transición.

Desde que llegó al poder, el Gobierno de Sánchez ha centrado su acción política en una serie de gestos que denotan que los socialistas están convencidos de que la historia está de su parte y que tienen una superioridad ética que les permite nombrar a dedo la dirección de RTVE o sacar a Franco de su tumba. Sánchez no tiene ni la menor necesidad de pactar con la oposición porque gobierna con el prurito de quien encarna los valores del progreso y la democracia. Carece de mayoría parlamentaria, pero eso es lo de menos cuando se posee la Razón.

Por el contrario, Soraya y Casado se esfuerzan en demostrar que son líderes que nada tienen que ver con el pasado del partido y que son demócratas y progresistas de pura cepa. Se percibe en ellos esa conciencia desgraciada de la derecha que todavía tiene el complejo de sus vínculos históricos con el franquismo.

La obsesión de los dos aspirantes es recuperar los tres millones de votos que les ha arrebatado Ciudadanos, pero nada dicen sobre si van a bajar o subir los impuestos, cómo van a reformar la educación o sobre la estrategia para plantar cara al nacionalismo porque les da miedo de que les tachen de derechas.

El PP es la formación política que más tiempo ha gobernado en los últimos 20 años, pero no ha logrado superar esa necesidad de redención que le ha acomplejado frente a una izquierda que siempre ha esgrimido su superioridad moral. Ese es el lastre que impide al PP plantearse como una alternativa atractiva y fiable, sin la obsesión de obtener una legitimidad que no necesita porque ni Casado ni Soraya habían nacido cuando murió Franco.

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