La Tercera
China, Estados Unidos y el futuro
«En el contexto de la guerra comercial, Europa tiene un gran papel, como gigante económico, y no tan pigmeo político como algunos querrían. Se trata de terciar en una posible concordia de alcance universal: desde Bruselas hay que propiciar que Pekín y Washington se sienten a la mesa de negociación, en pro de un nuevo mundo multipolar de paz»
Ramón Tamames
Hoy todo está relacionado con el mayor océano del mundo, descubierto por Balboa para los europeos en 1513, como la Mar del Sur. Sería la parte principal, por su extensión (el 31 por 100 de la superficie planetaria), del hemisferio español del Tratado de Tordesillas ( ... 1494), explorado por navegantes españoles durante los siglos XVI a XVIII, y que llegó a conocerse como el Lago Español. Hoy, el Pacífico es el escenario principal, con un comercio mucho mayor que el transatlántico, siendo, al tiempo, el escenario de una potencial confrontación de las dos superpotencias, EE.UU. y la República Popular de China (RPC). Al respecto, Hu Jintao, anterior presidente de la RPC, manifestó que «el Pacífico es suficientemente grande para que quepamos todos». Idea de la que no parece participar su sucesor en Pekín, Xi Jinping, que está territorializando los mares Amarillo, de la China Oriental, y de la China Meridional. Con tensiones cada vez mayores respecto a Japón, Filipinas, Vietnam, etc., y presencia más y más problemática de la propia Marina de Guerra estadounidense.
Esas tensiones tienen su origen en la aspiración de Estados Unidos de mantener su hegemonía, y por parte de China de autovalorarse como gran potencia. Ante lo cual, Henry Kissinger ya planteó en su libro On China (2011), una negociación de los dos países, antes de que las cosas vayan a mucho peor, para configurar un mundo multipolar en el que tengan algo que decir no sólo China o Estados Unidos., sino también la Unión Europea, Rusia, Asia Meridional, el Pacífico Sur, y África e Iberoamérica.
Algunos estudiosos norteamericanos recomiendan ahora esa negociación aún más: así lo hace Graham Allison, de la Universidad de Harvard, en su libro Destinados a la guerra. ¿Pueden China y EE.UU. evitar la Trampa de Tucídides? (2018), prefigurando un negro escenario si no se negocia; como tristemente sucedió en las Guerras del Peloponeso, precisamente historiadas por Tucídides: cuando la potencia todavía predominante, Esparta, decidió ir a la guerra preventiva, para frenar a la emergente Atenas.
En los tiempos actuales, se está reviviendo la posibilidad de un enfrentamiento Estados Unidos/China. Y de cara a esa posibilidad, Allison recurre al ejemplo histórico del Tratado de Tordesillas de 1494, entre Castilla -premonitoria de España entera-, y Portugal. Cuando se repartieron el mundo con la línea de demarcación 370 millas al Este de las Islas de Cabo Verde, y un antemeridiano aún confuso, que no se vislumbró sino con la expedición Magallanes/Elcano al arribar a las Molucas (1520).
Ciertamente, el hoy revivido Tratado de Tordesillas no fue respetado en todos sus detalles, y los portugueses no vacilaron en aprovechar los sesenta años de la unión de las dos coronas ibéricas, para que sus bandeirantes avanzaran en Brasil mucho más allá de la demarcación inicial. Como análogamente sucedió: España, en un mar de dudas sobre si estaban en su hemisferio, ocupó las Islas Filipinas, en el borde occidental del Lago Español. Se abrió así el comercio marítimo directo entre China y Europa, a través de la Ruta de la Seda Marítima, que funcionó durante dos siglos y medio, desde 1565 -cuando Urdaneta hizo venturoso el hasta entonces difícil tornaviaje de Manila a Acapulco-; hasta 1815, ya barruntándose la independencia de la Nueva España.
Esa ruta conectaba Cantón con Manila, merced a la Nao de la China, para arribar a Acapulco en México, atravesando por tierra todo el istmo de Tehuantepec, para reembarcar en Veracruz, y navegar después a Sevilla. Un comercio que se alimentó de las más valiosas especialidades chinas, como porcelanas, seda, maderas preciosas, etc. A cambio, fundamentalmente, de la plata de las cecas hispano-mexicanas, donde se acuñaban los reales de a ocho, que se convirtieron en la moneda mundial; reselladas en China con sus caracteres propios, y que llegó a convertirse en el dólar de Estados Unidos, por la Ley Hamilton de acuñación de 1792.
Volviendo a la trampa de Tucídides, está claro que no se evitó la Primera Guerra Mundial, a pesar del Memorandum Crowe, en el que se propuso, en 1907, la negociación entre el II Reich alemán y el Imperio británico. Y otro tanto vino a suceder en 1939, tras el vergonzoso acuerdo de Múnich en el que se prometió la paz (1938), para pocos meses después poner en marcha la invasión de Polonia y la Segunda Guerra Mundial (1.IX.1939).
Con esos antecedentes, la negociación es más necesaria que nunca por las muchas y peligrosas tensiones China/Estados Unidos, con Rusia más al lado de Pekín que no de Washington. Una situación que se deteriora más y más por la guerra comercial y monetaria contra la globalización, que tanto costó construir desde los acuerdos del GATT de 1947 hasta la Organización Mundial de Comercio de 1985 y después. Y en paralelo, y no es ninguna casualidad, se han desmantelado los ajustes de control nuclear Unión Soviética/Estados Unidos, que empezaron a promover al más alto nivel Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en su célebre encuentro de Reikiavik en 1986.
En otras palabras, no cabe olvidar a Tucídides y es obligado recordar Tordesillas, para mirar el gran escenario que es hoy el Pacífico, y darnos cuenta del grave contexto en qué estamos. En esa dirección, Europa tiene un gran papel, como gigante económico, y no tan pigmeo político como algunos querrían. Se trata de terciar en una posible concordia de alcance universal: desde Bruselas hay que propiciar que Pekín y Washington se sienten a la mesa de negociación, en pro de un nuevo mundo multipolar de paz perpetua. Y en esa dirección, el futuro nuevo Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, ha de abordar el gran tema en los próximos cuatro años.
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Ramón Tamames es economista
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