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Cesarismo de diseño

La presión sobre los jueces y las marrullerías en el Parlamento son un achique de espacios al Estado de Derecho

Ignacio Camacho

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Se trata de impunidad, no de «empatía». Cuando el presidente habla de solucionar el conflicto de Cataluña mediante la política quiere decir, en su lenguaje Alicia, que desearía obviar el castigo para los golpistas. O, formulado de otra manera, que en su propósito de pactar con el separatismo considera un obstáculo la intervención de la Justicia. Las sugerencias repetidas de indultos o de levantamiento de la prisión preventiva pretenden soslayar la aplicación estricta de la ley para sustituirla por un cambalache de olvido, disimulo y camandulería. Eso es lo que el Gobierno ofrece a los nacionalistas: un nuevo comienzo que ignore el desafío consumado, el desprecio supremacista, la independencia declarada y las reglas transgredidas.

En su afán de atornillarse al cargo que ocupó por el portón trasero, Sánchez ha demostrado en pocos días su escasa consideración por los mecanismos del Estado de Derecho. Por un lado presiona al poder judicial porque estorba su estrategia de apaciguamiento; por el otro, hace trampas al legislativo para saltarse su sistema de contrapesos. El entierro de Montesquieu sin velatorio ni duelo; fullerías bolivarianas, cesarismo de diseño. La corte del Presidente Sol no ahorra en detalles mayestáticos que realcen su encumbramiento: helicópteros militares para ir de boda, aviones oficiales para asistir a conciertos. Todo eso, incluso el escándalo de la tesis, sería anecdótico si no existiese el riesgo de una jibarización democrática, de un achique de espacios a los tribunales y al Parlamento, de un patente contagio de los métodos marrulleros de los independentistas y de Podemos.

Este Gabinete nació como un laboratorio electoral, como un escaparate o un reclamo con el que acudir a las urnas en condiciones favorables. Aunque su minoría le impidiese abordar cambios sustanciales, la socialdemocracia ofrecía, tras la demonizada etapa de Rajoy, un virtuoso catálogo de bondades. En las primeras semanas desplegó una panoplia de gestos huecos pero en apariencia rentables. Sin embargo, a medida que aparecían problemas y dificultades se ha ido manifestando una incompetencia alarmante, y ahora la prioridad ya no es la de aparentar supremacía ética sino la de resistir, durar, atrincherarse. Y en vez de convocar elecciones antes de que se haga irreversible su vertiginoso desgaste, Sánchez se enroca en una red de intrigas y manipulaciones sin otro objetivo que el de huir hacia adelante. No será el primero ni el último gobernante que se aferre a esa actitud irresponsable, pero quizá sí el que más haya abusado en tan poco tiempo de artimañas rayanas en el fraude. Y desde luego el único que se ha coaligado a la vez con todos los adversarios de las normas constitucionales. La impunidad que insinúa en el coqueteo con los golpistas catalanes es el reflejo moral de la anuencia que reclama para sí mismo en su intento de perpetuarse.

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