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Cataluña dentro de España

«Durante el Tercer Reich, los que no se consideraban como “puros de raza”, eran definidos como “cuerpos extraños a la nación”. Ese es el futuro preparado: enviar a muchos españoles que viven en Cataluña y que no comulgan con el independentismo, sino con una Cataluña que los integre democráticamente a todos, al espacio segregado y señalado como “cuerpos extraños a la nación”»

Mercedes Monmany

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¿Se puede ignorar, olímpicamente, todo en nuestros días? Ahora ya se sabe todo. No solo lo relacionado con los exaltados años 30 del pasado siglo, en los que se fueron fermentando, y adueñando poco a poco de todo el continente, los extremismos políticos. En especial, el totalitarismo nazi que arrasaría Europa.

Hoy ya sabemos todo lo que rodeaba la foto fija de cada cual en aquellos años. Ya nadie se esconde porque es inútil hacerlo. Se escondieron criminales nazis en Sudamérica durante años, como es el caso de Mengele, pero uno a uno todos han sido finalmente cazados. Por lo menos, retratados con pelos y señales en los libros de Historia, que nunca mienten, al contrario que las efímeras y sumamente caducas falsas noticias que pululan hoy día por las redes. Que pululan con la intención de crear el caos y de confundir a poblaciones poco informadas, cuyas «visceralidades» (a veces las menos ejemplares: odio, rencor profundo por frustraciones privadas, racismo espeluznante) son trabajadas larga y tenazmente. Umberto Eco decía que el populismo es simplemente un método que prevé «la apelación visceral a las opiniones o prejuicios más arraigados en las masas». Con lo cual, no es ningún secreto ya que los movimientos populistas son siempre unos inmejorables psicólogos de lo peor y más infame. Si la democracia trabaja sobre lo mejor y más mejorable de una sociedad, sobre virtudes y valores que pueden ser aún mejor cultivados y estudiados en las escuelas, los populismos apelan a los vicios y tendencias más inconfesables de una sociedad.

Hoy ya sabemos todo sobre los compañeros de cada cual en esta senda del bien y del mal, de democracia o de fanatismo e intolerancia. Los compañeros de viaje del independentismo suicida catalán, causante del malestar, de la imposible convivencia y de la apelación a las peores tendencias de lo que antaño fue una sociedad ejemplar en su conjunto, han venido a celebrar, a la luz del día, sin ocultarse, lo que ha sido la primera Diada dirigida sólo a una parte de la población «elegida» en Cataluña: la que comulga con los tuits xenófobos del presidente actual Torra. Por mucho que se borren, a estas horas ya se han difundido por todos los rincones de Europa, en todas las lenguas, para horror de cualquier sensibilidad decente y con principios morales, pertenezca al país, inclinación política o creencia religiosa que pertenezca. Como sucedía en los años 30 del pasado siglo, hay una distancia considerable entre horror y complacencia; entre rebelión ante lo inhumano y colaboración con la iniquidad.

En esos tuits se hallaba encerrado lo principal del pensamiento de todos los movimientos extremistas, xenófobos (algunos de ellos condenados en sus respectivos países por incitación al odio o por apología del racismo) y nacionalpopulistas europeos. Las características de este glorioso movimiento nacional en marcha, la foto de familia con otros de su misma especie, ya ha sido fijada. Jamás fueron desmentidos ni se pidió disculpas por tan infames insultos vertidos, que escandalizan a cualquier mente civilizada. Se sabe, y esto basta para algunos, que figuran en el «inconsciente colectivo» de los más exaltados. Es el pasto inmoral, aprovechable como alimento cotidiano de fuerzas de choque que controlan las calles, como ha sucedido siempre en la Historia.

En esa foto fija de «familia común», una familia cada vez mejor organizada a lo largo y ancho de Europa, los visitantes de la Diada independentista -una Diada que eliminó de facto a todo aquel que no comulgara con el independentismo, o si se prefiere a todo aquel que no comulgara con la idea de Voltaire de que «hay que defender la libertad de pensamiento incluso de los que no piensan como nosotros»- los invitados de lujo de este año no han dejado lugar a dudas: triunfando por encima de todos, fotografiándose con niños y familias sonrientes, estaría Otegi. Un condenado por pertenencia a organización armada, en calidad de dirigente, hay que recordar. Las fotos, al contrario que los tuits, no se pueden borrar, y hoy día se difunden muy rápido, al instante.

En el otro lado, acompañando los virtuales y entusiastas tuits del xenófobo líder de la Liga Norte, Salvini, vicepresidente actual italiano, la visita del exterior, de los vergonzosos márgenes radicales de la Unión Europea, no podía ser más significativa este año, el año de los auténticos y verificables «compañeros de viaje»: banderas tenebrosas, con sus correspondientes leones en fondo amarillo (bandera besada con ardor por Jean Marie Le Pen en numerosas instantáneas) del partido de la ultraderecha antieuropeista flamenca, el Vlaams Belang, que se ha sumado ardientemente al independentismo catalán. Así lo dejaría dicho, en innumerables ocasiones, el impresentable líder del partido, Tom Van Grieken, a través de tuiter: «¡Cataluña libre! ¡Despierta Europa!». En vídeo, se puede contemplar cómo los simpatizantes y militantes del partido, en una hazaña visual comparable a la utilización de antorchas de reminiscencias nazis y del Ku Klux Klan -todos ellos movimientos ejemplares, como se sabe-, desplegarían una bandera flamenca-catalana, unida, de 20 metros de largo, en Bruselas. El Centro del Mal para todos ellos. No por acogerlos democráticamente, como a otros muchos, sino porque allí se encuentra la sede del Parlamento Europeo, que ellos quieren demoler.

No es necesario recordar el papel que jugarían los colaboracionistas y ultranacionalistas flamencos, aliados de los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. El que quiera informarse en profundidad y saber de las vergüenzas de ese pasado (vergüenzas hoy entusiásticamente recuperadas por algunos) sólo tiene que leer la genial novela -La pena de Flandes- del más grande autor flamenco contemporáneo, el fallecido Hugo Claus, alguien totalmente antinacionalista en vida. Porque no olvidemos este punto importante: todas las mentes más preclaras europeas, todos los grandes intelectuales, pensadores, artistas y escritores europeos han sido siempre antinacionalistas. Muchos de ellos fueron víctimas precisamente de esa «peste nacionalista», que resurge generación sí generación no, como advirtió Stefan Zweig.

Para mi generación, y para muchas más que han venido después, es imposible pensar en una Cataluña fuera de Europa, como pretenden algunos, al seguir por sendas fanáticas y excluyentes. Para mí y para muchos, Europa, la Unión Europea, con sus valores democráticos, con sus principios inamovibles de defensa de la libertad, de todas las libertades sin exclusión, ha sido nuestro sueño y nuestra casa común hecha realidad. El que ataca a España, a la unidad de un Estado perteneciente a la Unión, ataca hoy día a la Unión Europea en su conjunto. Busca su fragmentación y destrucción.

Pero, como se sabe, la democracia hoy tiene muchos enemigos. Para los nacional-populismos actuales ese es precisamente el enemigo a abatir. Ese es el principal escollo para sus planes de construcción de estados totalitarios, en los que reine un solo pensamiento único y una sola etnia escogida entre otras de su comunidad. Durante el Tercer Reich, los que no se consideraban como «puros de raza», como netamente «germánicos», eran definidos como «cuerpos extraños a la nación». Ese es el futuro preparado, no nos engañemos: la de enviar a muchos españoles que viven en Cataluña y que no comulgan con el independentismo, sino con una Cataluña que los integre democráticamente a todos, al espacio segregado y señalado ferozmente como «cuerpos extraños a la nación».

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