El ángulo oscuro
Casado el centrípeto
El «viaje al centro» es siempre un viaje sin «mochila»; o sea, un viaje en el que la derecha deja atrás el lastre de los principios
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Iniciar sesiónDespués de tirarse toda la campaña electoral lanzando proclamas chillonas y tremebundas, Pablo Casado anuncia ahora que su partido representa el «centro derecha», frente a Vox, que encarna la «ultraderecha». La primera afirmación provoca alipori; la segunda, repulsa moral. Explicaremos a continuación por qué.
Aunque, ... en general, sean gentes acomplejadas de derechas las que se califican de «centristas», es siempre el progresismo quien fija y desplaza a su gusto el centro político, mientras la derecha corre en pos de esa quimera, como Aquiles corre eternamente en pos de la tortuga, en la célebre paradoja de Zenón de Elea, sin llegar a alcanzarla nunca. Cuando la derecha cree tener al alcance de su mano esa quimera, al progresismo le basta con desplazarla un poco más hacia la izquierda. Así, desde su atalaya de olímpica majestad, puede regocijarse con las costaladas y patinazos que sufre la derecha en su alocada persecución. Por lo demás, el «viaje al centro» es siempre un viaje sin «mochila»; o sea, un viaje en el que la derecha deja atrás el lastre de los principios (cuando los tiene). La batalla de las ideas empieza a perderse en la batalla de las palabras; y desde que la derecha admite que declarar sin ambages su adscripción ideológica es un baldón, se está poniendo de rodillas. Desde hace décadas, nuestros políticos de derechas se esfuerzan grimosamente por renegar de su adscripción, inventándose chorradas semánticas del tipo «centro reformista», doblegando la testuz o adoptando posturas tibias en cuestiones medulares en las que el progresismo ha sentado cátedra, aceptando la superioridad cultural de la izquierda, etcétera. De este modo, la derecha sólo puede aspirar a alcanzar el poder cuando concurran circunstancias excepcionales (caos institucional, crisis económicas feroces, etcétera), reparando los desmanes ocasionados por la izquierda (y, por supuesto, «conservando» sus «avances»).
Declarándose de «centro», Pablo Casado demuestra un patetismo chisgarabítico. Más lamentable es que estigmatice a Vox (y, por lo tanto, a sus votantes), con el calificativo de «ultraderecha», que el progresismo siempre ha empleado para demonizar al adversario, por moderadito que sea. No debemos olvidar, por ejemplo, que hace apenas diez años la propaganda electoral socialista afirmaba que Rajoy había conducido a su partido a un «auténtico búnker de extrema derecha». Tildar a Rajoy de ultraderechista es tan desquiciado como tildarme a mí de flaco. Pero, lanzando este anatema ideológico contra sus adversarios, el progresismo consigue que declararse de derechas sea tan infamante como reconocer que se padece fimosis; y consigue, sobre todo, confinar en un gueto de desprecio y ostracismo a un sector social que, poco a poco, irá menguando y claudicando por complejito o desaliento de sus convicciones.
En muchos artículos hemos expresado nuestras diferencias con Vox. No nos gustan su jacobinismo desafiante y antitradicional, su visión geoestratégica neocón, su adhesión «sin complejos» al neoliberalismo económico, su retórica bocachanclas que se regodea exacerbando antagonismos (en la que subyace una gran falta de piedad patriótica hacia los españoles «distintos»). No nos gustan sus «intelectuales» tóxicos y aprovechateguis, en muchos casos rebotados de la izquierda y chupópteros peperos hasta ayer mismo. Pero cuando Casado el centrípeto lanza sobre los votantes de Vox el sambenito que mil veces han arrojado sobre los suyos está contribuyendo a estigmatizar y a recluir a millones de españoles en el gueto de desprecio y ostracismo que conviene al progresismo. Es una actitud indigna y cobarde. O tal vez el estertor de un moribundo.
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