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Casa nostra

El lazo amarillo no es sólo un emblema. Es la alambrada moral con que el supremacismo ha levantado una frontera interna

Albert Rivera e Inés Arrimadas retiran lazos amarillos en Alella, Barcelona EFE
Ignacio Camacho

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Ese grito, el de «ésta es nuestra casa», que proferían ayer los separatistas cuando Albert Rivera e Inés Arrimadas desanudaban los lazos colgados en un pueblo, demuestra por qué el conflicto catalán no tiene -al menos en un plazo razonable- arreglo. Ya no se trata ... de un enfrentamiento ideológico entre partidos opuestos, ni de una sensación de agravio colectivo alimentada con falsos argumentos, ni siquiera de una mitología artificial basada en la delirante teoría del destino manifiesto. Es pura xenofobia, aliñada con un supremacismo cerril y obsceno que extiende sobre cualquier discrepante la condición ominosa de extranjero. Rivera y Arrimadas son catalanes, ella de adopción y él de nacimiento, pero como a tantos otros el nacionalismo les considera de una tribu distinta y los somete a su desprecio. Son «los otros», los intrusos, los metecos; los «irrecuperables», como escribió uno de los organizadores de la sublevación en un documento. Esa expresión de ayer en Alella, «casa nostra», simboliza hasta en su propia prosodia el sentido mafioso, de clan, de esta intolerable apropiación definida por la voluntad de acaparamiento. Una visión excluyente, discriminatoria, cuya extensión entre amplias capas de la sociedad catalana inspira un pesimismo sin atisbo de remedio.

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