Caja Madrid, otros charcos
Si Enrique Fuentes asistiera al espectáculo y peripecia de los consejos de administración de algunas cajas de ahorros, renegaría del día y la hora en el que se le ocurrió otorgar buena parte de la gestión de la función de propiedad de las cajas a ... las administraciones periféricas, a las autonomías. Hay casos de ejemplar comportamiento, como el de Caja Navarra que siendo una de las más politizadas (en teoría) también es una de las más profesionalizadas.
Caja Madrid cursa en el terreno contrario para acreditar que una sociedad tan vital como la madrileña carece de trama ciudadana, de espesor como para serenar las apetencias de políticos ávidos de todo el poder posible desde el Gobierno o desde la oposición que también ocupa poder.
El lío armado en torno a la presidencia de la Caja madrileña palidece ante otros charcos previos en torno a su consejo general, 320 compromisarios cautivos y rehenes de quienes les ponen, y sobre todo de los 21 miembros del consejo de entre los que sale el presidente.
Lo mejor a estas alturas sería una intervención del Banco de España para sustituir el órgano de gobierno por otro formado por personas experimentadas, profesionales, independientes, que nombren a su buen criterio quien puede ser el primer ejecutivo, incluso con una fórmula mixta de presidente y director general, que fue clásica en la caja madrileña (en sus mejores tiempos) y que lo es también en La Caixa y en otras casas semejantes que van bien.
Repasar la composición del consejo de Caja Madrid es aun más elocuente que la actual bronca. Y otro tanto con sus retribuciones que tan escandalizada tienen a Esperanza Aguirre con fundamento.
Quizá sirve en este trance el pasaje evangélico de cuando Jesús entró en el templo y expulsó a quienes no debían estar. Pero no está nada claro aquí quien puede tomar el látigo y empezar la limpia.
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