LAS CADENAS DE PROMETEO
PROMETEO robó el fuego, reservado a los dioses, para dárnoslo a los hombres, que, de ese modo, podemos luchar contra el frío y guisar las habichuelas; pero los dioses, implacables, castigaron a Prometeo y le mandaron encadenar en una cumbre del Cáucaso para que un ... águila le comiera constantemente el hígado. Cuando, hace veinticinco siglos, lo contaba el buen Esquilo en su Prometeo encadenado, el coro de su tragedia clamaba contra el despotismo y la ira de los dioses y, sobre todo, lamentaba las leyes caprichosas e injustas que obligan a los mortales a la obediencia ciega y resignada. Así visto, parece algo rancio y, por mitológico, distante de la realidad; pero si nos ponemos en la piel de Prometeo -¡ay!- y repasamos el Plan Especial de Seguridad Vial que, siguiendo su (mala) costumbre, el Gobierno ha tramitado de forma irregular veremos que, cambiando el vestuario y el decorado, el argumento sigue siendo el mismo. Los dioses del Estado, felizmente eventuales discontinuos, nos encadenan a una roca para que las águilas del Ejecutivo nos coman las entrañas. Desgraciadamente, en la versión actual de la tragedia el coro es mucho menos activo, potente y gritón que en la original.
Cierto es que los accidentes de tráfico son una plaga tremenda y también lo es que muchos de ellos obedecen a la impericia y el estado físico de los conductores. Algo habrá que hacer para evitarlo; pero ese algo no puede cursar a cargo de la ruptura de los principios de garantía y certeza jurídica que marca el Estado de Derecho. La Ley de Acompañamiento a los Presupuestos de 2004, cajón de sastre en el que se guardan un montón de desatinos, parece que por error mecanográfico -no me lo puedo creer- da licencia para que los agentes de la Guardia Civil -o sus equivalentes autonómicos y municipales-, a ojo de buen cubero y sin intervención judicial, puedan retirarnos el carné de conducir. ¡Que San Cristóbal nos proteja de los riesgos del tráfico... y de las leyes apresuradas y torpes con las que, supongo que llenos de buena voluntad, los dioses contemporáneos tratan de salvarnos la vida e impedirnos el uso del fuego!
André Gide, que tenía más confianza en el ser humano que Esquilo y que, antes de ser premio Nobel, luchó con energía e irreverencia contra los convencionalismos del poder, nos dejó un Prometeo mal encadenado que le cuadra mucho más al momento y a la circunstancia. Debieran saber en el Ministerio del Interior, desde Ángel Acebes a Carlos Muñoz-Repiso, que no es lícito provocar un mal para remediar otro, independientemente de la magnitud de cualquiera de ellos. Escuchar del director general de Tráfico sus facundas y paternales explicaciones sobre la medida, por «cautelar y no sancionadora» que nos la presente, es asistir a un sermón justificador de los medios en razón del benéfico fin que se persigue. El establecimiento de una justicia instantánea y discrecional en manos de los agentes de la autoridad es algo que se disimula hasta en los sistemas totalitarios.
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