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Ignacio Camacho

La buena reputación

Los antecesores de Garzón como líderes mejor valorados fueron Duran Lleida y Rosa Díez. Ninguno logró salir reelegido

Ignacio Camacho

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La ingeniosa frase de que el noventa por ciento de los políticos crea mala fama al diez por ciento restante se suele atribuir a Henry Kissinger y a Giulio Andreotti, ambos capaces por sí solos de infamar la reputación de todos sus compañeros de oficio. ... A Andreotti, que como lector de Maquiavelo prefería ser temido que admirado, incluso le gustaba el apelativo de Belcebú y lo fomentaba besándose con capos de la Mafia, una clase de gente a la que el cine ha mejorado su imagen a base de épica violenta y sugestivos códigos de honor y de sangre. Esa idealización de los mafiosos alcanza sólo a su faceta gansteril, pero se disuelve cuando se acercan a la política -fenómeno no infrecuente en Italia- porque salen contaminados de ella y no hay guionista que enaltezca ese sórdido relato. El desprestigio de la actividad pública, típico de los países latinos, se ha universalizado con la crisis y hoy es mejor que cualquier diputado le diga a su anciana madre que trabaja de palanganero en una casa de citas, en el caso de que tal oficio sobreviva. Últimamente los parlamentarios pasan malos ratos en restaurantes y aviones, pese a haberse acostumbrado a pagar sus cuentas y viajar en turista. La narrativa de la corrupción, aventada en los medios y redes sin presunción de inocencia, ha generalizado la desconfianza hasta convertir la política en profesión de riesgo social, rodeada de un aura de suspicacia y de parasitismo.

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