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Testimonios del coronavirus

Carta de despedida a su abuela muerta por coronavirus: «Murió sola, en un hospital, sin saber nada de su familia»

«Este es el pago de una sociedad a sus ancianos, los que pagaron por esta sanidad que hoy les abandona por tener más de "ciertos años"s de edad»

Manos de una anciana.

Beatriz Piñero Fernández

Con mi testimonio pretendo rendir un pequeño homenaje a mi abuela , fallecida por Covid-19 el 23 de marzo, y que se sepa la realidad de lo que ocurre realmente en esta sociedad, que ha decido dejar a sus ancianos morir sin más .

Mi nombre es Beatriz, nombre que fue elegido por mis abuelos, lo que puede hacer entrever lo unida que estaba a ellos. Tengo 40 años y hasta hace escasamente dos semanas éramos una pequeña familia muy unida y feliz. Mi abuela, de nombre Carmen , como muchos ancianos de este país, confiaba en una sociedad que se suponía debía de velar por ella. A sus 88 años había pasado muchos sinsabores en la vida, la pérdida de su madre siendo ella un bebé, la guerra civil, el miedo de ser perseguidos por ser católicos (fé a la que nunca renunció), el hambre de las cartillas de racionamiento, el trueque, la emigración a Alemania dejando a sus hijos atrás , la vuelta a su propio país y la nueva búsqueda de trabajo para poder sobrevivir. Contribuyó a levantar un país desde sus escombros con sudor y sacrificio, mucho sacrificio, y así transcurrió su vida hasta hace cuatro años, cuando perdimos a mi abuelo, su compañero de viaje y sinsabores, por un cáncer que ningún médico quiso tratar por su edad, pero allí estuvo su familia, acompañándole en sus últimos momentos.

Mi abuela, sin embargo, no tuvo esa suerte. Murió sola , en la habitación de un hospital, después de una semana sin saber de su familia, ni su familia de ella prácticamente. Ingresó por lo que se suponía que era un ictus, digo se suponía porque tres días antes en el mismo hospital nos habían dicho que no le pasaba nada aunque se hubiera caído y tuviera un lado paralizado.

El lunes 16 de marzo decido llevarla a Puerta de Hierro, porque además le había empeorado una tos que dos días antes había sido diagnosticada como una bronquitis por un médico del Summa. La acompañé hasta la consulta, le expliqué a la doctora todo y me hicieron salir mientras mi abuela me decía "hija, no te vayas" . Yo solo supe contestarle "no te preocupes abuela, cuando te den el alta yo vengo por ti".

Fue la última vez que la vi y también la última que hablé con ella. Quedó ingresada por un ictus, pero la pesadilla se tornó peor cuando nos dijeron el 18 que era positivo en Covid-19. Se suponía que la carga viral de ella era muy baja, que estaba estable, que no necesitaba más que un pequeño soporte de oxígeno, que estaba consciente y que además seguía siendo tan agradable como siempre, por lo que tuvimos esperanzas de que lo vencería , de que poría con el "bicho", al fin y al cabo era una guerrera y no la había atacado tan agresivamente como a otras personas.

Nos llamarían todos los días del hospital, eso dijeron, pero fue cierto y vinieron días de angustia pro no saber nada, de ansiedad por no poder estar con ella, de llamadas de la familia al hospital sin que nos dieran información, sin que nadie nos dijera que estaba pasando, sin que nos devolvieran la llamada, sin saber absolutamente nada de nada durante días hasta la madrugada del 23 de marzo, cuando recibimos la llamada que nunca habíamos querido recibir: había fallecido .

Yo no entendía nada, llegué al hospital en estado de shock. ¿Cómo podía ser que nos dijeran que estaba bien y hubiera fallecido? ¿Por qué nadie nos dijo que su estado había empeorado? Pero el destino no había terminado de ser cruel todavía. Antes de entrar a aquella habitación donde se encontraba mi querida abuela me avisaron que no podía llorar ni decir nada, porque al lado, separada por un pequeño biombo, había una persona con vida que se encontraba mal pero que estaba consciente. Asi que allí, a los pies de la cama donde se encontraba el cuerpo de mi abuela, tuve que tragarme las lágrimas y las palabras de despedida, tuve que hacer un ejercicio de entereza como jamás había hecho para tragarme todo el dolor que sentía en ese momento.

Solo podía verla una persona. Había entrado yo porque fui la primera en llegar, pero sus hijos estaban afuera, esperando poder despedirse de ella. Las enfermeras dejaron entrar a su hija, también sin poder llorar ni decir nada...

No hubo velatorio ni funeral ni entierro en condiciones (su entierro fue sola, su familia no pudo pasar de la puerta del cementerio) y ni siquiera un pequeño responso. Nada de nada, salvo una familia destrozada por la pérdida del pilar fundamental que la sustentaba.

Murió sola, en la habitación de un hospital, sin su familia, ni siquiera sabemos cómo falleció, solo nos supieron decir que hasta la segunda ronda de las enfermeras estaba bien pero que en la tercera se la encontraron "así". Ese es el pago de una sociedad a sus ancianos , los que pagaron por esta sanidad que hoy les abandona por tener más de "ciertos años". Hasta siempre, abuela.

* Beatriz Piñero Fernández es de Brunete.

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