Miedo, pena, asco y envidia

Por otra parte me da pena. Otra vez un infinito drama de refugiados, ahora, en la puerta de casa. Cuando escribo esta columna el supuesto alto el fuego es un absurdo más, otra mentira con miles (si no millones) de refugiados huyendo muertos de miedo, frío y angustia. E intento ponerme en el lugar de esa gente.

Y siento asco. Y hasta odio al ver dónde puede llegar la condición humana. Qué nivel de crueldad, salvajada y cinismo puede alcanzar un monstruo rodeado de oligarcas, de pelotas disfrazados de embajadores. De cobardes. Porque el dictador y su corte son muy cobardes. Y no te digo tanto miserable mediocre escondido bajo la dictadura del tirano con sus medias tintas.

Y también tengo envidia. No se trata de llenar la palabra patriotismo o bandera (que también). Se trata de luchar por la libertad. Y veo a esa gente de Ucrania bajo las bombas y se me pone la piel de gallina porque no creo que aquí fuéramos capaces.

Lo que está en juego es un modelo de civilización y sociedad. Europa y nuestra forma de vida. Se trata de la libertad frente al sátrapa. De los derechos humanos frente a la guerra brutal. De la Unión Europea frente al soviet, solo que, en vez de comunistas, son millonarios enfermos de corrupción a los que, por cierto, hemos dejado campar a sus anchas por su dinero, su gas y su petróleo.

Y cuando esta bestia termine de arrasar Ucrania, ¿qué?, ¿cómo se reconstruyen el odio y la miseria?

PD: Nunca se me olvidará que en Cracovia, a la vuelta de los campos de Auschwitz y Birkenau, nuestra guía polaca nos explicó el horror de Stalin tal y como se lo contó su propia madre. Y cómo del nazi pasaron al comunista.

El actual régimen del psicópata es una mezcla del uno y del otro envuelto en las ínfulas zaristas de un amago de Romanov, en pleno siglo XXI.