Álvaro Vargas Llosa - Algo trae el Potomac

Psicosis

La pandemia ha fortalecido tendencias autoritarias y populistas

Después de la Peste Negra, que mató a un tercio de los europeos en el siglo XIV, resurgió el movimiento de los flagelantes, que se azotaban delante de las iglesias porque creían que la pandemia era una señal del fin del mundo. Esta práctica fue ... genialmente parodiada en «Monty Python and the Holy Grail», en la escena en que unos monjes se golpean la cabeza con tablas.

El delirio provocado por grandes conmociones sociales no es una realidad medieval, sino actual. Hay acontecimientos -guerras, tsunamis, pandemias- que rompen el equilibrio racional de la vida en común. Lo hemos visto en los últimos meses: agresiones contra personas que paseaban a sus perros y a las que se acusaba de propagar la peste; insultos contra quienes pedían que en lugar de encerrar a las personas se utilizara contra el Covid-19 el método de la prueba, el rastreo de contactos y el aislamiento selectivo; teorías conspirativas que atribuían las muertes del coronavirus a Bill Gates; pogromos contra personas, símbolos y vecindarios enteros en nombre del antifascismo y el antirracismo, con profundo desprecio por la ley, la propiedad, la convivencia, el Estado de Derecho. Recordaba hace unos días Niall Ferguson una frase de Tucídides sobre la Plaga de Atenas de 430 a.C. que parece salida del periódico de hoy: «La catástrofe fue tan abrumadora que los hombres, al no saber qué les sucedería después, se volvieron indiferentes a toda norma religiosa o legal».

Esto lo vimos ya tras la crisis financiera de 2008, cuando diversos movimientos de protesta contra las élites desbordaron el marco de la sana rebelión ciudadana (los «indignados», el movimiento «Occupy») y acabaron pisoteando valores e instituciones de la democracia liberal. La globalización, con sus dislocaciones temporales, también ha provocado desconcierto, traducido en inclinaciones xenófobas, proteccionistas y aislacionistas. De allí el renacido populismo, a izquierda y derecha, en Occidente.

Toda conmoción que nos recuerda brutalmente la precariedad y transitoriedad de la vida despierta temperamentos irracionales e incluso corrientes milenaristas nacidas del temor a un inminente Juicio final.

Ahora, la pandemia ha fortalecido tendencias autoritarias y populistas, y arrancado en mucha gente instintos de salvajismo. No sé si el populismo desenfrenado seguirá campeando porque la factura económica de la pandemia tal vez obligue a adoptar una cierta racionalidad que sirva de cortafuegos contra el delirio colectivo. Pero hay un clima de desborde antidemocrático: la pandemia ha exacerbado un rencor contra el éxito o el privilegio, reales o percibidos, que va más allá de un reclamo de igualdad y tiene un aire destructivo, tanático. Regresa, dos mil quinientos años después de Tucídides, esa indiferencia a las normas civilizadas.

No soy determinista y no digo que esto sea irreversible. Pero una sociedad libre y civilizada no puede resistir indefinidamente la indiferencia de la gente a sus normas.

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