Afganistán, sacrificio sin fin
EL homenaje que merece el sacrificio del cabo Cristo Ancor Cabello Santana obliga a una reflexión más detallada sobre la guerra de Afganistán, que ha cumplido ya ocho años y cuya deriva resulta cada vez más preocupante. Soldados de todas las banderas están pagando un ... tributo incalculable en un conflicto en defensa de nuestra libertad y seguridad. Y a pesar de atentados como el de ayer en Herat, en las Fuerzas Armadas españolas no faltan voluntarios para participar en esta delicada misión de la OTAN, mientras el apoyo de las sociedades de las que provienen empieza a flaquear. Resulta cada vez más evidente que, al menos en España, la gestión política de la operación no se está haciendo bien y que el Gobierno sigue sin afrontar que estamos en guerra, primer paso para poder ganarla. El último atentado vuelve a demostrar que los soldados deben tener los mejores medios disponibles para su defensa, pero el Gobierno es incapaz de proporcionárselos, porque se niega a asumir el hecho de que los estamos enviando a una guerra y no a una tibia misión de paz. Nuestros soldados no tienen los medios, ni las capacidades y orientaciones de combate necesarios para dejar de ser blancos pasivos de los talibanes.
El presidente estadounidense, Barack Obama, ha decidido darle una impronta personal a esta guerra, algo comprensible siendo su país el que mayor esfuerzo militar está desplegando en Afganistán, aunque por ahora el mensaje que se desprende de sus decisiones es que tampoco tiene muy claro qué debe hacer. Los militares a los que les ha encomendado esta misión -empezando por el jefe de las tropas, el general McCrystal- le han dicho que es necesario un aumento de tropas para lograr una inflexión, en línea con lo que sucedió en Irak, pero Obama se resiste a hacerles caso y busca una alternativa tal vez basada en una utópica negociación. La realidad es que las elecciones han salido mal, que la legitimidad del presidente Karzai está en el alero y que la población afgana está perdiendo su confianza en la capacidad de la OTAN para estabilizar el país. Las dudas y vacilaciones de los responsables políticos no hacen sino empeorar la situación.
Además de definir la estrategia militar, la OTAN debe empezar a desplegar una ofensiva diplomática global, porque los valores que se defienden en esta guerra no son solamente los de Occidente, sino los de todo el mundo civilizado. No puede ser que grandes potencias como Rusia y China sigan asistiendo como espectadores pasivos, o incluso manteniendo una actitud reticente, ante lo que está pasando allí, porque también ellos pagarían el precio de una derrota.
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